Hago público mi agradecimiento a los sentenciados por la “justicia” de nuestro país.
Estos prohombres y mujeres al recibir una condena injusta y oprobiosa y ver mancillada su intachable reputación forjada en una vida entera, se han sacrificado por nuestra patria cuando buscaban limpiarla de la lacra de la corrupción. Dios les pague.
Con esta sentencia la justicia ha sido avasallada y aunque ya no ejerzo la profesión de abogado que durante tantos años practiqué, hoy cumplo con una obligación que contraje cuando recibí mi título de abogado de la República y, más tarde, cuando ejercí la docencia universitaria en la cátedra de Derecho Constitucional.
Prometí honrar y defender a la justicia por todos los medios de que dispone un profesional del Derecho, que son muchos. Nunca he faltado a ese compromiso y hoy menos aún, cuando siento una profunda tristeza al constatar la manera indigna cómo se utiliza esta institución.