Me llamó la atención el que un texto como “¿Familia alternativa?”, de Miguel Macías Carmigniani, se hubiera llegado a publicar en EL COMERCIO; en mi personal opinión el articulista podía manifestar y sustentar su desacuerdo con las cuestiones abordadas presentando, claro está, argumentos plausibles, sin por ello asumir un rol de censor e inquisidor autorizado a pontificar.
Se puede disentir, ¿por qué no?, pero hay formas de hacerlo; cabe incluso emplear duras adjetivaciones y rigurosos juicios, incluso de aquellos a los que Jorge Salvador Lara llamaba “implacables dicterios”, pero es obvio que no todo articulista es Juan Montalvo ni el nuestro es un tiempo en que tal deba ser el único registro en que nos pronunciemos.
Es comprensible que los articulistas nos apasionemos y hasta es laudable que sigamos la línea sugerida por Émil Cioran, para quien “solo las personas superficiales dicen las cosas con delicadeza”, pero hay maneras inteligentes de hacerlo; lo otro nos sitúa frente al riesgo de desatar una peligrosa escalada verbal.
No obstante, y una vez asimilada la enseñanza que esta infortunada publicación deja, cabe en adelante no darle más importancia, sin por eso adscribirnos a una suerte de posición tolerante frente a la intolerancia. EL COMERCIO, por su parte, ha dado una singular muestra de grandeza humana y profesionalismo al incluir en su edición del viernes un visible recuadro en el cual reconoce y lamenta este desaguisado.
Muy bien por el prestigioso diario nacional que con este gesto, aumenta su credibilidad, su prestigio, su respetabilidad y abierta deja una puerta para la discusión razonada y razonable, tolerante y constructiva, inteligente e informada.