Empresario proviene de emprendedor. Para serlo, hay que arriesgar el capital propio, no el ajeno; no el dinero de los contribuyentes, endeudándose o emitiendo moneda, como hace el Estado, cuando adopta la forma de “empresario”; generándose una enorme distorsión de mercado, porque el incentivo económico para serlo no es el legítimo ánimo de lucro (que luego gracias a la competencia, disemina externalidades positivas hacia el conjunto de la sociedad: aumenta la oferta productiva y se reducen los precios), sino la política: el afán de generar empleo y altas remuneraciones para los simpatizantes del régimen. Lo estamos viendo hoy mismo, en nuestro país. De allí que resulta saludable, en medio de tanta noticia desalentadora en materia económica, que el Gobierno, aunque tarde, anuncie la venta de varias empresas estatales.
En una sociedad libre, las principales funciones del Gobierno son la seguridad ciudadana y la protección de la propiedad privada. Eso de “redistribuir riqueza”, corregir “injusticias sociales” o “dinamizar la Economía” cae más en el ámbito de la ciencia ficción, que de la ciencia económica. No es lo mismo generar actividad o empleo inútil (con un fugaz espejismo de “crecimiento económico”), mediante el aparato político impositivo, que conseguir producción, riqueza, empleo bien remunerado (desarrollo económico sostenible) a través de la iniciativa de la gente, en el orden espontáneo ( o natural) del mercado.