Pese a los momentos de dolor que día a día se expresan en sus pasillos, el cementerio de San Diego acoge por igual a quienes en vida fueron: patriotas o héroes; mandatarios o mandantes; poderosos o humildes. Sus paredes atestiguan el paso de la historia, conservadas por el esfuerzo desinteresado de la entidad benemérita: Sociedad Funeraria Nacional.
Más de un siglo y medio de “vivo” testimonio no puede caer en el anonimato; si al esfuerzo de sus administradores se sumara el de las autoridades, podría ser transformado en museo turístico de visita obligada para ciudadanos nacionales y extranjeros, implementando galerías fotográficas, reconstruyendo modelos de carrozas de tracción animal y a motor, exhibiendo la evolución de métodos de inhumación hasta nuestros días; y por qué no, un archivo informático, como en “Ellis Islands”, donde los visitantes ingresen sus nombres y en la pantalla se puedan ver los nombres de todos los ancestros o parientes con igual apellido.
No estaría por demás un área para adquirir recuerdos: fotos, llaveros, esferos, folletos, estatuillas, etc. ¿Acaso no se lo hace en Nueva York en el Museo del 11-S, junto al sitio donde cayeron las Torres Gemelas? Es fomentar el turismo interno y crear fuentes de trabajo.
Se debería además incluir su visita en el recorrido de los buses turísticos de la ciudad al campo santo y al vecino convento para entregar novedosas experiencias a sus visitantes.
Es tanto el cúmulo de historia y de personajes que la escribieron, que reposar por siempre en su suelo, debería ser un privilegio de quienes pretendan avecindar con el pasado y perdurar en el futuro. “Ojalá alguien recoja y mejore la idea”.