La publicación del suplemento ‘Los últimos días de Alfaro. Documentos para el debate’ (Cuaderno 1), junto con EL COMERCIO del 28 de enero, me ha parecido una contribución importante de ese periódico a la discusión objetiva sobre los hechos que condujeron al asesinato de Eloy Alfaro y sus ad láteres, el 28 de enero de 1912 . Es lamentable, sin embargo, que el artículo ‘El arrastre de los Alfaro’, cuya autoría se atribuye el señor Javier Gomezjurado Zevallos, reproduzca párrafos enteros de la obra de Wilfrido Loor, ‘Eloy Alfaro’ (segunda edición corregida, Quito, 1982), sin ponerlos entre comillas, menos todavía refiriendo como cita de pie de página la verdadera autoría. El incluir la obra de Loor entre la “bibliografía consultada” no satisface las exigencias del rigor académico. Dice Loor: “Al pasar delante de la casa de una familia amiga suya, el coronel Sierra hace que se detengan un momento el automóvil y la escolta con el objeto de saludar a la señora que desde el balcón miraba el paso de los presos, entre tanto de la casa vecina sale otra señora con un fragmento de ladrillo en la mano y en medio de insultos lo lanza a la cabeza del general Eloy Alfaro, echando abajo el sombrero de paja toquilla que llevaba puesto. Grupos del pueblo con gran satisfacción de los soldados van insultándolos” (Loor, 1982, pág. 763). Dice Gomezjurado, sin comillas: “En el trayecto, Sierra había ordenado detener el vehículo delante de la casa de una familia amiga suya, pero de la vivienda vecina salió una mujer con un fragmento de ladrillo en la mano, y en medio de insultos lo lanzó a la cabeza del general Alfaro, echando abajo el sombrero que llevaba puesto. Grupos del pueblo, con gran satisfacción de los soldados escoltas, fueron insultando a los prisioneros, mientras algunos más audaces…”. (Gomezjurado, 2012, pág. 11). Segundo, dice Loor: “”Se asegura que Páez es arrastrado vivo, algo más de diez cuadras, hasta Santo Domingo; el hecho es falso, porque alguien, confundiéndole con Eloy Alfaro, le trituró con una piedra la cabeza dejándosela hecha una tortilla y en el arrastre iban esparciéndose pedazos de la masa encefálica por la calle…”. (Loor, 1982, pág. 771). Dice Gomezjurado, sin comillas: “Se afirmó que Páez fue arrastrado vivo hasta la plaza de Santo Domingo, pero ello no es cierto, porque alguien, confundiéndolo con Eloy Alfaro, le trituró con una piedra la cabeza, dejándosela hecha una tortilla y en el arrastre se esparcieron pedazos de masa encefálica por la calle”. (Gomezjurado, 2012, pág. 13). La transcripción de párrafos de otros autores sin reconocerles la autoría, probablemente causa de que Alfaro vistiera “pantalón negro” en el primer párrafo del artículo pero que “a la altura de la Rocafuerte y la Cuenca iba desnudo de la cintura para arriba y en las piernas conservaba el pantalón azul de paño” (loc.cit.). Es posible que estas no sean las únicas apropiaciones e inconsistencias del señor Gomezjurado; si reparé en ellas fue por lo característico de los episodios narrados por Loor, que leí hace pocos días. No tengo el gusto de conocer al señor Gomezjurado y me apena señalar sus transgresiones a la ética y rigor académicos, pero me parece que la verdad histórica debe fundarse, para comenzar, en honestidad intelectual.