Este día dejó una colección de postales memorables. La mejor sin duda es la constatación del enorme poder de Arjen Robben, que tiene el motor de un Ferrari en lugar de corazón. Él sí es el jugador más veloz del mundo. Corre con la pelota en los pies y luego de dejar atrás a todos, incluso al viento, o define o hace el pase de la muerte. Chile fue digno y mostró sus virtudes –enormes y hasta envidiables- pero Holanda tiene a Robben y eso definió al ganador.
Luego, la despedida de España. Una goleada sobre Australia para esbozar una sonrisa en el punto final de un sensacional período en que la Furia dominó el mundo, como una vez su armada fue ama y señora de los mares. Pero tarde o temprano llega el momento de la derrota. Se verá si Brasil representa el hundimiento o solamente un declive temporal del mejor fútbol que se vio en mucho años.
Más tarde, Brasil hizo trizas a un Camerún que nada tiene que ver con ese equipo que reescribió la historia del fútbol africano. El anfitrión volvió a mostrar sus falencias pero fue superior a ratos mostró sobre el paño de billar de Brasilia atisbos de esa magia que todos esperan ver en este Mundial.
México demostró que los pesares de las eliminatorias eran accidentes y que, a la hora de jugar, pues no se rajan. Croacia no tuvo argumentos para detener a un plantel que, si tuviera al díscolo Carlos Vela, hasta hubiera ganado el grupo.