El guapo de la barra

Lo que otros callan por temor o timidez, aquí se lo dice sin anestesia. Es comentarista de fútbol de EL COMERCIO.

Alejandro Ribadeneira

Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central. Es periodista desde 1994. Colabora con el Grupo El Comercio desde el 2000 y se ha desempeñado en diversos puestos desde entonces. Actualmente ocupa el cargo de Editor Vida Privada.

El fútbol, la celada de los Bucaram para seguir vigentes

Afiche de la Revista Estadio del 2002, cuando Abdalá Bucaram Pulley era parte de BSC.

Afiche de la Revista Estadio del 2002, cuando Abdalá Bucaram Pulley era parte de BSC.

Hay muchas razones por las cuales Abdalá ‘Dalo’ Bucaram Ortiz y su familia han permanecido vigentes en el imaginario ecuatoriano, a pesar de la desastrosa gestión como presidente de la República, que acabó antes de que cumpliera el 25% de su mandato. Jamil Mahuad, por ejemplo, no tuvo perdón y es impensable que se lo proponga como candidato a nada; pero Bucaram sí logró ser influyente y proyectar a sus hijos, en especial a Abdalá ‘Dalito’ Bucaram Pulley, en la política, aunque fue un mandatario rechazado en su momento. ¿Por qué?

Hay explicaciones políticas, sociológicas e incluso relacionadas con los mass media y las redes (Abdalá se volvió un asiduo tuitero y sale en memes), pero el fútbol también forma parte de esta construcción de imagen que han hecho los Bucaram de sí mismos.

La política ha estado unida al fútbol desde siempre, es verdad. Los mundiales, por ejemplo, nacieron al calor de las ideologías europeas de inicios del siglo XX y gente como Mussolini manipuló todo lo que pudo para que Italia (y el fascismo) sea campeón. Mientras el fútbol sea atractivo y lenguaje para la gente, los políticos estarán ahí, volando como buitres. Un paréntesis: Jacobo Bucaram presidía en 1996 la Federación Ecuatoriana de Atletismo. Y eso mismo hizo Abdalá Bucaram Ortiz, que asoció su populismo con el club Barcelona SC, pero rebasó los límites cuando, mientras era presidente de la República, también tomó el comando del club canario (1997). Uno de sus íntimos, Omar Quintana, se hizo cargo de Emelec, y ambos clubes se articularon al plan bucaramista (no vamos a decir roldosista, porque Jaime Roldós jamás lo hubiera permitido).

Bucaram cruzó una frontera, pero tampoco se veía del todo mal, pues ya había futbolistas y gente relacionada con el deporte que había incursionado en el partidismo. Y, en el exterior, el presidente argentino Carlos Menem (que vendió a Bucaram la idea de la convertibilidad como corazón de su plan económico) se hizo convocar para un cotejo amistoso de la selección albiceleste. El partido era benéfico, pero ya sabemos que eso es un disfraz del real objetivo: conquistar corazones. En la tribuna del estadio de Vélez había gente que ‘espontáneamente’ gritaba “Menem, querido, el pueblo está contigo”. Bucaram intentó que Francisco Maturana, entrenador de la Tricolor, también lo llevara, pero no para un amistoso sino para un cotejo oficial de eliminatorias. Y quería usar el 9½ en el dorsal.

Existe una lógica para encaramarse en el fútbol y su maquinaria. Ser parte de ese mundo transmite respeto, cierta honorabilidad y, si todo sale bien, hasta imagen de ganador. Además, se tejen relaciones muy duraderas que sirven para después.

A pesar de su derrocamiento y posterior exilio, Dalo Bucaram persistió en revolotear cerca del balón, al captar el control del club Santa Rita, pero también mediante su hijo Dalito, un mediocampista pésimo que logró jugar en Barcelona, Emelec y la selección Sub 20 gracias a los contactos del papá. Es famoso el incidente con el ‘Bolillo’ Gómez y el balazo que recibió por estar en contra de que sea llamado al equipo. Dalito jugó profesionalmente hasta el 2005, cuando se retiró. Pero no se abandonaron los deseos de usar al fútbol como altoparlante, aunque el hijo más bien optó por la farándula criolla, una puerta abierta gracias a su prima Andrea Bucaram, cantante, pero sobre todo a su esposa Gabriela Paz y Miño, una personalidad de la televisión. Además, Rafael Correa les hizo competencia con esa fórmula de reclutar exjugadores para los cargos públicos y las campañas para la Asamblea e incluso puso a uno como ministro del Deporte.

La oportunidad de subir de estatus en el fútbol llegó a finales del año anterior, cuando Dalito, que tiene un título en Gerencia de Entidades Deportivas obtenido en España, asume la presidencia de 9 de Octubre, tradicional club de Guayaquil fundado en 1912 y que busca retomar el protagonismo de los años 80, cuando llegó a la Libertadores como subcampeón nacional para luego pasar por 22 años en Segunda. La verdadera meta era presidir a BSC, pero no hubo apoyo y desistió de lanzarse en octubre.

No obstante, desde el puesto de mandamás en 9 de Octubre  hizo parte del movimiento de dirigentes que, en el inicio de la pandemia, destituyó al presidente de la FEF Francisco Egas para colocar a Jaime Estrada, hijo del político manabita homónimo, quien fundó el club Manta.

Parecía que lo habían logrado y que la FEF se convertiría en la nueva caja de resonancia de los Bucaram; pero Egas revirtió el proceso por su músculo internacional, Estrada fue suspendido y su bando lamenta el vehemente apoyo que les dio Dalito, que ahora es visto con sospecha por los escándalos de dominio público.

No será la última vez que los Bucaram o algún político hagan del fútbol no solo un trampolín sino un medio de vida y una celada para captar imagen y votos por ya 30 años. La pregunta es por qué los hinchas lo permiten, por qué aceptan que sus clubes se conviertan en centrales de campaña y por qué, a pesar de todo, les vuelven a perdonar.

Afiche de la Revista Estadio del 2002, cuando Abdalá Bucaram Pulley era parte de BSC.