Venezolanos
Somos venezolanos, no tenemos trabajo, ayúdenos para dar de comer a nuestros hijos. El mensaje escrito en una desvencijada caja de cartón recorre semáforos en calles de Quito, entre la sensibilidad, desidia o enojo de conductores, pasajeros, peatones, comerciantes... Pero, sobre todo, frente a la carencia de políticas públicas.
La calidad de vida en Venezuela se deteriora. De enero a julio del 2018 el salario mínimo se elevó en cuatro ocasiones, como medida gubernamental para controlar la hiperinflación que el FMI estima cerrará el año con la espeluznante marca de 1 000 000%. Desde el 1 de julio, el ingreso integral mínimo de un ciudadano en Venezuela es de 5,1 millones de bolívares al mes, que en la vida real equivalen a menos de 3 dólares, en el cambio de calle.
¿3 dólares al mes y qué se compra con eso en Venezuela? Una lata de atún. O un kilo de queso blanco o... Señores, la migración venezolana no es una estrategia contra desempleados, comerciantes o pobres de ciudad o país alguno. Detrás de los cartones en la calle hay familias destruidas, padres que dejan a sus hijos, hijos que bregan por sus padres. Entenderlo, evocar a la memoria, es humano.
Las voces que plantean cerrar fronteras, criminalizar nacionalidades, expulsar extranjeros o ‘frenar’ migraciones invocan al fascismo. Indefendible pasar por alto nuestro mestizaje. Y no solo porque la Constitución contempla “la libre movilidad de todos los habitantes del planeta”, sino porque tender la mano al otro es humano.
¿ Y las autoridades? Reactivas, como siempre. 30 000 venezolanos ingresaron a Ecuador en una semana de agosto, otros 547 000 lo hicieron de enero a julio (en 2017 llegaron 288 000; actualmente el 20% de migrantes se queda en el país, según Acnur).
Hubo tiempo para prepararse. ¿Prepararse? Sí, no con declaratoria de emergencias, sino con una política pública para erradicar la xenofobia (educación) en la cotidianidad y para aplacar la explotación laboral (empleador) y sexual (mafias, ciudadanos) de las que son víctimas los venezolanos que migran solo para tratar de devolver una vida digna a sus familias. Ser empáticos con ellos es humano.