La crisis de orden público que aqueja a El Salvador lleva al Presidente a duplicar la fuerzas militares para procurar contener la operación de las pandillas violentas en ese país centroamericano.
La medida de paliar la situación de inseguridad y violencia social con militares no es la más ortodoxa. No se aconseja que los soldados -preparados profesional y mentalmente para la guerra- sean los encargados de la seguridad interna en un país. Es algo muy riesgoso, el respeto a los derechos humanos peligra.
Las maras (pandillas), que operan en al menos tres países centroamericanos, están conformadas por jóvenes de los barrios marginales sin trabajo y dedicados a distintos actos delictivos como el asalto a mano armada y el narcotráfico.
Muchas de estas pandillas nacieron en Estados Unidos entre inmigrantes que huyeron de la violencia social, la falta de empleo y la tragedia de la guerra civil, como la que azotó a El Salvador en las últimas décadas del siglo pasado.
La lucha armada encabezada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, una guerrilla de izquierda, enfrentó en campos y ciudades a las fuerzas del Ejército y dejó miles de muertos en 12 años de combates. Sangre sin soluciones.
La pobreza y la exclusión llevaron a miles de jóvenes campesinos a tomar las armas y unirse a las proclamas vanguardistas de una corriente que durante algunos años ilusionó con la toma del poder por los campesinos y proletarios.
La lucha de guerrillas contra el establecimiento del poder civil y militar llevó a la formación de grupos paramilitares. A uno de ellos se atribuye el asesinado de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en medio de un servicio religioso y ante el pánico de los feligreses asistentes.
Luego de años de sangrienta confrontación, el final de la guerra trajo otro fenómeno: la violencia política se transformó en la reinserción. Así, los ex guerrilleros y los grupos paramilitares de extrema derecha accedieron al juego del poder por la vía de las urnas. Siempre es más saludable el camino de la paz aunque su puesta en práctica requiera de diálgogos, consensos y muchas veces profundos desacuerdos.
Sin embargo, la guerra civil, los desplazamientos campesinos enrolados en las guerrillas, el Ejército y los paramilitares trajeron aparejado, al final de la guerra civil, la terrible consecuencia de las pandillas ciudadanas que pasaron a servir con métodos violentos a mafias de distinta data. La información publicada estos días por la Agencia EFE habla de 60 000 pandilleros y un 10% de la población salvadoreña tiene lazos de familia o nexos oscuros.
El Presidente piensa responder a la acción violenta de las pandillas duplicando el número de militares en los proximos cinco años. De 20 000 a 40 000.
El riesgo inmenso es que la solución que busca Nayib Bukele sea una respuesta represiva, tensando la cuerda de las causas de fondo de la existencia de las maras, que se halla en la violencia social la desintegración familiar, la falta de empleo y la pobreza extrema, otras tantas secuelas de la guerra civil.