Vivimos -qué lástima- a la sombra de un sistema que mezcla en iguales dosis la utopía y el creciente autoritarismo. Se trata de un régimen que aceleradamente alarga sus pegadizos y viscosos tentáculos sobre todos los ámbitos y madrigueras de la vida cotidiana: los que todavía tienen la valentía (o será mejor decir la audacia, a estas alturas del partido) de simplemente tener una opinión, o los que osen (se atrevan, todavía tengan las agallas) de dedicarse a cualquier actividad que pudiera ser considerada antipatriótica o contraria a los más caros intereses nacionales. Es que hay que acabar con todo, cortar todo de raíz, arrasar con todo: buscar y destruir…
El sistema utiliza la misma lógica de un ejército de ocupación: un peligroso y potencialmente explosivo coctel cuyos ingredientes son la intimidación, la provocación, el miedo y la incertidumbre constante. Se trata de la misma dinámica clásica de los regímenes de fuerza: la vigilancia y la amenaza del castigo. La bronca y los espantajos semanales. La procesión de insultos. La ira contenida y empacada al vacío. La tentación constante de humillar al adversario. La instigación a encontrar enemigos en cada esquina, detrás de las cortinas, debajo de la cama…¿Cuándo llegarán las camisas negras?
Es necesario ponerse a pensar si se puede imponer una utopía, si es posible encastrar a puro ímpetu y a empellones una quimera, la ilusión de tiempos mejores.
En momentos así uno se pregunta si no sería mejor tratar de implementar los cambios en democracia, bajo los más elementales parámetros de la tolerancia y de los entendimientos básicos. Resulta inevitable abrir varios signos de interrogación respecto de esta utopía autoritaria, de este método arrasador, avasallador, abusivo, arbitrario y absurdo (que los lectores y lectoras por favor tomen nota de que he escrito cinco adjetivos seguidos que empiezan con la letra a). ¿Cómo se puede sincronizar a Mafalda con Mussolini, o a Robin Hood con Gengis Khan? Quizá la utopía y el autoritarismo no sean compatibles. Quizá la fantasía y la fuerza no terminen por hacer buenas migas. Quizá vamos camino al cortocircuito.
También cabe preguntarse qué estela dejará esta ola autoritaria, cuál será la impronta de esta maquinaria que lo aplasta todo, que arrasa con lo que encuentra a su paso, que amenaza con la devastación y el desmantelamiento.
A veces temo que nos hayamos acostumbrado al sistema, que nos hayamos dormido cómodamente en los brazos del monstruo de siete cabezas, que efectivamente nos hayamos atontado con tanto subsidio, tanta propaganda, tanto petróleo. Buenos días, cándidos lectores. Buen provecho.