Martín Pallares. Editor de la sección Política
Esta es la última vez que esta columna aparecerá en EL COMERCIO.
Mi trabajo como editor de la Sección Política del Diario concluye por obra y gracia de un viaje de estudios al exterior, y así se cierra el ciclo de esta columna que pretendió ser una lectura crítica y analítica de los hechos políticos más notables de cada semana. Durante más o menos cuatro años, he tratado de expresar en este espacio mi posición sobre los asuntos que han transitado en las páginas de la Sección Política.
Y cuando digo que he tratado de expresar mi posición, estoy aclarando para los cientos de lectores que regularmente me censuran por mi falta de imparcialidad, que nunca pretendí ser imparcial aquí porque me ha resultado imposible no transparentar la forma en que mis convicciones filtran la información que me ha llegado.
Seguramente me equivoqué muchas más veces de lo que puedo imaginar, pero si lo hice fue por mi inveterado apego al escepticismo frente a la verdad oficial, a los dogmas colectivos, a la charlatanería del poder o a cualquier intento de monopolizarlo.
Siempre dudé de que las constituciones y las refundaciones sean bálsamo curativo para sociedad alguna, y por eso mi falta de entusiasmo frente al reciente proceso constituyente. La simple posibilidad de que exista un organismo de poderes totales vulnera mis más básicas convicciones políticas.
Jamás he confiado en iluminados y tampoco en quienes pretenden erigirse en pastores de almas bajo el convencimiento, aunque sea de buena fe, de una posible superioridad moral o intelectual.
Lo que aquí he dicho ha sido fruto de mis convicciones. Jamás he recibido ni la más mínima recomendación de mis superiores sobre lo que debo decir o callar.