Los trajes blancos, las cintas y los pañuelos multicolores, las alpargatas, las máscaras y las plumas son parte del traje de los pingulleros y yumbos de San Francisco de Conocoto, en el valle de Los Chillos. La agrupación se denomina Yumbos Blancos.
Al sonido del pingullo y del tambor, varios hombres empiezan a danzar. A medida que la melodía suena más fuerte, sus pasos son más intensos. Agitan sus lanzas, invocan a sus ‘taitas’ y ‘mamas’. Es una algarabía y a la vez un espectáculo.
Mientras se mueven, las monedas, que son parte de su penacho de plumas, empiezan a sonar, al igual que los cascabeles que están colgados en sus pantalones. Estos personajes destacan en las fiestas tradicionales que se realizan en esta parroquia rural. El motivo: sus danzas son llenas de alegría, colorido e historia. A esto se suma que sus integrantes buscan mantener esta tradición heredada por sus abuelos.
Pero ¿de dónde surgen los pingulleros y los yumbos blancos de este sector? Sus integrantes cuentan que en 1960 sus abuelos, pertenecientes a parcialidades indígenas de la Sierra, se unieron para formar esta agrupación. Su objetivo fue uno: rescatar y fomentar sus raíces indígenas.
De ahí en adelante, los puestos fueron heredados a los hijos y nietos. Actualmente, el grupo está conformado por 20 integrantes, desde niños de 6 años hasta adultos mayores.
Uno de los integrantes más antiguos es Olmedo Gualotuña, descendiente directo de indígenas de Cotopaxi. Tiene 67 años. Es el pingullero y el yumbo mayor. Se lo reconoce porque siempre tiene entre sus manos el pingullo (instrumento de viento elaborado de caña) y el tambor. “Debo tocar estos instrumentos para alegrar las fiestas y a mis compañeros”. Su versión es cierta, ya que apenas empieza a sonar este instrumento todos los yumbos se levantan y zapatean. Mientras que los pobladores detienen su marcha para observarlos.
Este grupo no solo se hizo conocer por su baile y música, sino por las enseñanzas que se imparte a las nuevas generaciones. Por ejemplo, en el grupo hay ocho jóvenes y cuatro niños. Elkin Ñ. tiene 6 años y está siguiendo los pasos de su abuelo Olmedo.
Para este hombre es una alegría que su nieto se involucre en esta tradición. “Mis hijos no quisieron danzar pero mi pequeño sí”.
Asegura que es una emoción que por medio de los niños se difunda la cultura. El pequeño no solo se prepara en el baile sino que ya aprende varias melodías en el pingullo. No es difícil. Este instrumento, de tres orificios, tiene un sonido similar
Precisamente este es el objetivo de estos hombres, preservar y difundir esta tradición. Pedro Quinde, yumbo, relata que en su caso su padre le enseñó y heredó su puesto. Por lo que, considera, que es una responsabilidad impartir sus conocimientos a las nuevas generaciones.
Pero estos hombres no solo enseñan el baile a los nuevos integrantes, sino que les cuentan un poco de la historia de los yumbos. Alfredo Analuisa y Marco Gualotuña, yumbos, cuentan que en la época de sus antepasados, ser un yumbo no era una tarea fácil.
Alfredo cuenta que en las haciendas había varios grupos. Todos salían a danzar en el parque central de Conocoto. Solo había un ganador. El que danzaba más fuerte. Pero luego de esta especie de reto se esperaban para luchar.
Este hombre recuerda que le contaron que un jueves corpus (día en el que salían los yumbos), sus abuelos pasaban por el sector de Chachas y el grupo de esa zona les retó. “Habían peleado fuertísimo nuestros abuelos, ya que querían marcar sus territorios”:
En las fiestas de su patrono San Francisco, realizadas el pasado sábado, el pingullero es quien encabeza las actividades. Por ejemplo, los asistentes deben compartir la comida y la bebida. Además, cada poblador ayuda con los preparativos de la fiesta. El objetivo es colaborar. La agrupación nació un 12 de mayo de 1960. Actualmente, tiene 54 años. Una de las coreografías más significativas es la que representa la muerte de Atahualpa, que ha sido presentada en varios escenarios.
Lo importante es la difusión de la cultura.