Imagen referencial. Daniela es una sobreviviente de violencia de género que impulsa a otras mujeres a romper el círculo de violencia y comenzar a emprender. Foto: Pixabay
En octubre del 2018, el Banco Central del Ecuador (BCE) y BanEcuador lanzaron una línea de crédito para mujeres víctimas de violencia de género denominado Crédito Mujer no más violencia. Para ello se destinó un monto de USD 10 millones. Una de las beneficiarias fue Daniela (nombre protegido).
Hasta julio del 2019, 34 de mujeres han recibido el crédito y tomaron la iniciativa de emprender un negocio, según datos del BanEcuador.
Los desembolsos suman USD 96 400; es decir, se ha entregado menos del 1% del monto disponible. Según las entidades, uno de los retos ha sido que muchas mujeres que requieren los créditos no están dispuestas a denunciar que han sido víctimas de violencia.
Daniela se atrevió a contar su historia y ahora asesora a otras mujeres que, como ella, han vivido maltratos y buscan emprender. A continuación su testimonio:
“Él trabajaba en una tienda de artículos deportivos, ahí le conocí y nos hicimos amigos. Yo estaba buscando cambiarme de casa y él me dijo que buscaba a alguien para compartir la renta, un ‘roomate’. Me pareció una buena idea. Al principio solo pude ver las cosas buenas. Parecía tranquilo. Tenía muchas plantas, rescataba animales, era ordenado. Fuimos compañeros de casa unos meses y luego comenzamos a tener una relación de pareja.
Las primeras señales de violencia empezaron a evidenciarse luego de unos meses. Lanzaba cosas por el aire cuando se enojaba. Creo que el primer episodio de violencia fue en una discusión, cuando comenzó a gritarme, me sujetó muy fuerte y me cubrió con una cobija, me atrapó con los brazos. Yo me movía desesperada para que me soltara.
Él era como una moneda de dos caras, era un excelente tipo cuando estaba de buen humor, pero cuando se ponía de malas, se transformaba. Yo le decía: ‘antes de que las cosas empeoren, me calmo, tú te calmas, me voy un rato’, pero él se enojaba más. Me gritaba: ‘cuál tú te calmas, te quedas porque te quedas’ y comenzaron poco a poco las agresiones.
La mayoría de nuestras peleas eran por mis papás, él me decía que yo no había roto el cordón umbilical de mi mamá. Al inicio yo me dejaba manipular, decía: ‘sí, tiene razón’ y él me presionaba para que me alejara de mi familia.
Es un proceso en el que te hacen daño, pasa la crisis y viene el período de: ‘perdóname, yo no soy así, tú me conoces, yo soy bueno’. Y yo le perdonaba.
En el tiempo que duramos juntos hubo varios episodios de violencia, él me humillaba de varias maneras. No me daba golpes como tal, sino que me sujetaba y aprisionaba con los brazos súper fuerte o me sacudía y me insultaba, me gritaba. Pese a eso, yo me cuestionaba: ‘¿esto es maltrato? Pero sí era un abuso y yo no me daba cuenta.
Una vez tuve que ir a hacer trámites. Y me dijo: ‘¿Con quién te encontraste, con quién te viste?’.
En el bus de regreso a la casa me fue insultando esta vida y la otra. ‘De aquí no te bajas’, me decía y me jalaba del brazo. La gente hizo que el bus pare y le comenzaron a reclamar. Ahí me bajé corriendo, pero él bajó también. Eran como las 21:00, en una zona en la que casi no había gente. ‘No quiero estar con este loco’, pensaba.
Mientras caminábamos y discutíamos, yo le decía ‘no me quiero quedar una noche más contigo, sino tú me vas a matar’. Pero él me decía que si regresaba con mis papás les iba a contar cosas que yo le había contado a él como pareja, cosas muy personales que solo le confié a él porque le amaba. Me tenía en la palma de la mano.
Ese día, el camino a casa fue largo y tortuoso, con gritos, insultos, jaloneos.
En toda la relación, un montón de veces, asustada, yo le decía: ‘no te voy a dejar que me mates, y me ponía a llamar a una amiga’. Pero él cogía el celular y lo lanzaba, lo destrozaba. ‘Te olvidas del celular’. A veces alcanzaba a llamar a una amiga y le decía: ‘ayúdame, estoy en la carretera, me va a hacer algo’.
Eso hice el día de la pelea después de bajar del bus. La llamé, pero él me quitó el celular. Ella le llamó, le dijo ‘no te atrevas a toparle, la policía ya está yendo. Si le topas te vas preso’. Pero nunca llegó ella ni la policía, solo era yo, la oscuridad de la noche y una persona llevándome obligada, jaloneándome para que llegue a la casa con él.
Cuando llegamos a la casa y quise ir a dormir a la cama, me dijo: ‘¿vos qué te crees?, Eres fea, estás gorda, ese cuerpo horrible. ¿Y piensas que vas a estar con alguien como yo y dormir en la cama conmigo? Acá vas a quedarte, acá vas a dormir’, me dijo y me mandó a dormir en el piso, donde dormían los perros, en una esponja. Yo no podía creer que en la misma casa que fue mía, me estaba pasando esto.
En otros episodios de peleas me lanzaba la ropa por la ventana, mis uniformes del trabajo. Lo lanzaba todo a la tierra para que se ensucie y yo tenía que recoger mi ropa. Era una humillación. En otra ocasión logré escaparme y salir corriendo de la casa, pero él me perseguía. Yo me soltaba, y él me volvía a atrapar. Fue un escape continuo, daba un par de pasos y él me volvía a sujetar hasta que llegué a un parque y la gente nos vio y ahí me dejó ir.
Un día nos vimos en Cuenca. Por algo que pasó se volvió loco, se puso violento, lanzó una televisión, la mesa, la silla de donde estábamos hospedados. Yo temblaba, salí huyendo y le pedí ayuda a un señor que pasaba por la calle. Él me dijo que se podría quedar hasta que llegue la policía. Y cuando llegó la policía, solo les dije que mis cosas estaban arriba, lo único que quería era que me ayuden a sacar mis cosas, que vigilaran que él no me siga. Me dijeron que sí, pero cuando subí, él les dijo que no pasaba nada, le creyeron y me dejaron ahí. Yo tuve que encerrarme en un cuarto, me envolví en una cobija y solo veía como él golpeaba desde afuera la puerta con tanta fuerza que parecía que se iba a caer. Me gritaba que si lograba abrir la puerta me mataba a patadas.
Cuando logré escabullirme, porque él dejó de patear la puerta después de casi una hora, volví a llamar a la policía y llegaron los mismos agentes. ‘Pero si aquí ya estuvimos, no pasa nada, vámonos’. Me tocó rogarles que no se vayan y verlos reírse en mi cara.
Desde ese día dejamos de vernos, aunque eventualmente teníamos contacto por redes sociales, hasta que un día me contó que iba a ser papá y ahí se terminó todo.
Después de terminar la relación, yo sentí que me morí, lloré hasta el tuétano, no sabía que me pasaba. Me partí. Pero logré salir de esto gracias al autoconocimiento, entendí que la presencia de una persona en este mundo es para dar lo mejor, no tener miedo. Como una bicicleta, si no pedaleas nada se moverá para ti.
En marzo del año pasado decidí poner una publicación en Facebook para convocar a las personas que quisieran ir a la marcha por el Día de la Mujer y se sumaron varias chicas que apoyaban la causa contra violencia hacia las mujeres. Así nació el colectivo Nina Warmi, que significa mujer de fuego en kichua. Al ser parte de este colectivo pude acceder al crédito con el que abrí una tienda de productos artesanales. Al principio tenía dudas, no sabía qué hacer con los USD 3 000 del préstamo, pero era una oportunidad grande y decidí tomarla. El nombre de la tienda está en kichua y significa princesa guerrera. Aquí brindo espacio a mujeres emprendedoras, muchas madres solteras, para que exhiban y vendan sus productos. Vendemos ropa, artesanías, chocolate, café y otros productos artesanales.
Con este emprendimiento intento levantarme yo misma, y creo que las mujeres que vienen con sus productos también son guerreras. Estar acá es muy demandante. Antes yo había trabajado para otras personas, es mi primer negocio propio. No es fácil, pero tienes que estar bien parada, confiando en lo que eres, en lo que puedes hacer. Ponte una visión y dale, Dios sabrá cómo te lleva allá. Yo tengo un mapa (Ndlr.: saca una cartulina que estaba pegada en un corcho de su local). Aquí escribí todo lo que tenía que hacer para el negocio. Escribí lo que más iba a necesitar, lo que debía invertir, lo que me iba a costar, por ejemplo, USD 20 al mes y así. Pero acá está anotado lo más importante: responsabilidad, esfuerzo, compromiso, orden. Eso, que es lo más importante, no me costará nada y está en mí, es inversión cero. Lo tengo aquí para no olvidarme que aquí está la clave. La economía del país no da para poner un negocio; sin embargo, aquí estoy, a punta de responsabilidad, esfuerzo, compromiso, orden. Siento que he dado la mitad de lo puedo. Puedo dar más.
Ahora puedo dar un mensaje, a las mujeres, que se den cuenta de que él no va a cambiar. Sal de ahí, sí puedes. A las familias y amigos, no juzguen, escuchen, acompañen, quédense, sequen las lágrimas.
Otro mensaje es a las autoridades: vivimos en un país en el que nuestro sufrimiento, nuestro dolor es un chiste, nos revictimizan, se burlan de nuestro dolor. Yo tuve que llamar a la policía para verlos reírse de mí en mi cara y no creerme. Me sentí humillada, rogándoles que se queden. Cuando una decide salir y darse cuenta del círculo de violencia no hay apoyo, más bien se ríen o no te creen”.