El mundo árabe está agitado; el cariz de la revuelta toma formas violentas y parece expandirse como un contagio del efecto dominó desatado por las redes sociales y las nuevas tecnologías. Mientras tanto, la batalla por Libia extiende su saldo de muerte.
De los países del norte de África, ha sido en Libia donde la agitación ha tomado formas de guerra civil; el dictador, que se ha mantenido en el poder a sangre y fuego los últimos 42 años, no cede ni siquiera a la presión internacional. Algunos analistas consideraron tardía la reacción de la ONU y Europa, no solo por las semanas que se tomaron en anunciar la exclusión aérea y las operaciones de la aviación para proteger a los civiles inocentes que estaban pagando con su vida el alto precio de la confrontación. También cuentan los largos años de contemplación a los abusos del autoproclamado líder de la revolución, por asuntos geopolíticos o por la evidente conveniencia de sus reservas petroleras.
El hervor de otros países del norte de África se ha moderado. En Marruecos hubo protestas y antes, en Túnez y Egipto, la presión amainó ante la caída de los regímenes de larga duración y poder concentrado.
En Oriente Próximo varios países árabes de gobiernos civiles no democráticos y monarquías anacrónicas sienten los efectos del contagio de la revuelta popular.
Sin duda en esa parte del mundo se buscan cambios. Muchos hablan de una democracia al estilo occidental -cosa poco probable – o al menos salidas que den paso a las aspiraciones ciudadanas expresadas en las calles.
Un rasgo que no hay que perder de vista es el factor religioso y los matices de un fundamentalismo que han dominado espacios de esa geografía que podrían incidir en la salida que tomará esta crisis, que parece irreversible.