Del otro lado del parabrisas sienten crisis y exclusión

Uno de los lugares donde se ubican los limpiaparabrisas en la capital es entre la Eloy Alfaro y Shyris, en el norte del Distrito Metropolitano. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

En lo que va de este año, se ha retirado a 13 500 limpiaparabrisas de 11 sectores diferentes de Quito, según la Agencia Metropolitana de Control (AMC).

Los conductores dicen que cada vez es más frecuente encontrarlos en los semáforos de las principales vías.
Aparecen con sus implementos, esparcen agua con jabón sobre el parabrisas, sin haberlo solicitado, y eso causa malestar.

¿Qué hay detrás de las personas que se dedican a esta actividad? Este Diario recorrió diferentes zonas donde, según las autoridades, el problema es mayor. Quienes realizan esta actividad aseguran que no todos son agresivos. Admiten también que hay quienes se hacen pasar por limpiaparabrisas para robar.

Dicen que gracias a esa actividad mantienen a sus familias, pagan la renta de sus casas y compran comida. En sus testimonios cuentan cómo se iniciaron en ese ámbito laboral y lo que han hecho para subsistir.

Testimonios de limpiaparabrisas que se ubican en los sectores más conflictivos del distrito metropolitano

‘Cada día gano USD 5 limpiando parabrisas’
Susana E.
56 años

Antes de la pandemia trabajaba sin problemas, a medio tiempo, haciendo limpieza de casas, planchando ropa y cocinando para la familia de un doctor.

Me pagaba USD 200 y con eso me alcanzaba para la comidita, el arriendo y mantener a mis dos hijas. Por el covid-19, mi jefe me pidió que no fuese a su casa a laborar hasta que se calme un poco lo de la pandemia.

Mi realidad económica es desesperante. Me dediqué primero a vender papitas fritas y papel higiénico en el sector de Los Dos Puentes, en el sur, aguantando el solazo y la lluvia.

Únicamente ganaba entre USD 2 y 5 por día. Es por eso que también me decidí a limpiar parabrisas, desde hace siete meses, en las avenidas América y Colón. Lo hago de 07:30 a 11:00 para tener un dinerito extra.

Soy de Cayambe y lo más difícil ha sido adaptarme a esa actividad. Por suerte la gente ha sido buena y no me han insultado. A veces me regalan comida y me dan ánimo. Me dedico a las dos cosas: por la mañana limpio vidrios y en las tardes vendo papitas fritas, que adquiero al por mayor.

Un señor me vende a 35 y 70 centavos, las vendo a 50 centavos y 1 dólar, respectivamente. Con eso he mantenido a mis hijas. La mayor tiene 20 años y estudia Auditoría en la U. Central y la menor de 16 sigue en el colegio.

‘Salí de Colombia con mi familia, por la violencia’
Diosmar R.
38 años

Llegué a Quito huyendo de las bandas criminales que operan en mi tierra, Buenaventura (Colombia).

No acepté unirme a ellas y me amenazaron. Hace seis años abandoné mi carpintería, en la que me iba muy bien, y vine a Quito con mi esposa e hija, hoy de 6 años. Dejé todo, mi casa quedó botada. A mi esposa le tocó trabajar conmigo en la misma actividad aquí, pero me abandonó luego de dos años. Me reclamaba que no quería ser limpiaparabrisas. Ahora yo cuido y crío solo a mi nena.

Lo más duro es que la gente a uno lo insulta y dice cosas horribles que duelen, pero aprendí a vivir con la discriminación. Asimismo, hay personas muy buenas que nos regalan ropa, comida o lo que tienen por ahí. A mí nena le han obsequiado juguetes. Por la pandemia no pude salir y un vecino que es dueño de una tierra en mi barrio me ayudó. Me fió la comida por un año y me ayudó a pagar el arriendo hasta alcanzar una deuda de USD 3 000. Con lo que trabajo en la calle he logrado pagarle la mitad. Mis ingresos ahora son apenas de USD 50 semanales, de los cuales la mitad se va en el arriendo y comida. Antes de la pandemia este trabajo era más rentable, lograba reunir más de USD 100 desde las 07:30 hasta las 14:00. Las cosas han cambiado y noto que la gente ya no tiene dinero.

‘Trabajo junto a mis familiares y unos amigos’
Luis G.
31 años

Vengo de Pisulí y camello como limpiavidrios desde las 07:30 hasta las 17:00, todos los días. Antes era controlador en los buses, pero por la pandemia nos quedamos sin trabajo y es muy duro sobrevivir en medio de la crisis.

En total somos siete personas, entre familiares y amigos, quienes nos ubicamos en el semáforo de la Mariscal Sucre y Rumihurco.

Lo más feo es la discriminación que vivimos a diario, pero también depende de cada persona. Hay gente que nos trata bien y otros son groseros, nos faltan al respeto. Por eso a veces también uno responde con malas palabras y la gente piensa que somos agresivos. Me ha dolido mucho cuando se han metido con mi madre, usted sabe que la mamá es sagrada por sobre todas las cosas y ahí uno reacciona como varón.

Le pido al Municipio que nos deje trabajar, que no nos quiten nuestras herramientas de trabajo porque son caras y nos cuesta conseguirlas. Trabajo desde los 12 años y con mis ocho hermanos, quienes son mayores que yo, mantengo a mi mamá. Con lo que reunimos compramos comida y pagamos los USD 70 de renta de la casa que alquilamos. Agradezco a Dios que no nos ha dado covid-19, pese a que salimos todos los días a trabajar en la calle.

‘La situación en mi país es crítica y vine a Quito a pie’
Migrante venezolano
34 años

No quiero dar mi nombre para evitar que me miren mal, como nos sucede a quienes nos dedicamos a esto para subsistir. Yo solo quiero trabajar y no hacer daño, tampoco robar.

Hace seis meses migramos con mi familia a pie desde la ciudad de Valencia, Venezuela. Caminamos 25 días junto con mi esposa y mis hijos para llegar a Quito. A lo único que nos hemos dedicado aquí es a limpiar las ventanas de los vehículos. He buscado trabajo, pero no hay empleo.

Mi hija tiene 10 años y me acompaña cuando salgo a trabajar. Mi otro hijo, de 1 año y 3 meses, sale con su madre, que se dedica a vender dulces en otro sector de la capital.

Por suerte no sufrimos por el tema de alimentos, ya que una ONG internacional nos entregó una tarjeta con la que accedemos a comida y eso nos ayuda mucho.

Por eso, los USD 10 que gano diariamente los gasto en el alquiler de una pequeña casa en el sur de la ciudad. También para las remesas de nuestros parientes, que se encuentran en Venezuela. A veces les enviamos USD 15, 20 o 30 al mes, todo depende de lo que logremos recaudar aquí.

Pese a los problemas, el momento más lindo en Ecuador ocurrió cuando logré conseguir un cupo para mi hija en una escuela pública. Al fin mi niña podrá estudiar como esperaba.

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