El arte urbano los unió y se toman los muros

Desde la izquierda, Cristan Obando, Sebastián Sánchez, Heins Pozo, Isaac Peñaherrera y Vinicio Hidalgo. Fotos: Diego Pallero / EL COMERCIO
Las paredes de la ciudad hablan, gracias a ellos. Cuentan historias y retratan a personajes. Los muralistas de Quito se encargan de dar vida al cemento inerte, con su arte.
Nacieron como aquellos jóvenes que hacen rayones irreverentes en la ciudad, pero aprendieron técnicas, desarrollaron su talento y ahora se encargan de embellecer el espacio público.
Son parte de la Asociación Nina Shunku, que significa corazón de fuego, y que nació en el 2012 de la mano de 13 colectivos quiteños. Unos 40 jóvenes están articulados al grupo.

Isaac Peñaherrera, de 33 años, es su presidente. Cuando cumplió 16, rayó su nombre en una pared sin permiso del dueño. Así empezó a grafitear. Ahora se encarga de plantear propuestas de intervención a gran escala en la urbe. Trabaja sobre todo en propuestas ligadas a la memoria, a la historia y a la identidad de los pueblos ancestrales.
La pintura es su lenguaje, su voz. Con su arte ha llegado a comunidades como la cofán y la shuar. Ha trabajado y capacitado a jóvenes infractores de la ley y ha pintado en Bolivia y Brasil.

No es lo mismo grafiti que arte urbano. El primero está ligado al estudio de las letras, a la caligrafía. El segundo es una mezcla de técnicas y tiene un concepto detrás.
¿Sabe cuál fue el primer grafiti del país?, pregunta Isaac. “El último día de nepotismo y primero de lo mismo” y fue rayado en las paredes del Centro con pepa de aguacate luego del primer grito de la independencia. Dicen que fue Eugenio Espejo”.

A pesar de no haber registros de cuántos grafiteros hay en la capital, Isaac calcula que deben ser no menos de 3 000. De ellos, unos 300 estarían involucrados en el arte urbano. Son pocas las mujeres que se dedican a esto. Una de ellas es Gabriela Quevedo.
Gracias a su organización están por fundar la primera plaza de arte urbano comercial de Quito, en Cotocollao, al norte. Se llama Extreme Plaza y allí se va a poder encontrar materiales para realizar estas actividades y también se podrá contratar a alguno de estos artistas para embellecer un muro de su casa. El costo por m2 de mural va entre los USD 30 y los 50.

Este colectivo aprendió a organizarse, a elaborar proyectos, incluso a participar en el sistema de contratación pública y así han ganado contratos para pintar murales en varios puntos de la urbe.
Este grupo pinta grafitis no solo en paredes, sino en bancas, contenedores, basureros, quioscos… Están experimentando con grafitis en superficies más pequeñas como gorras, tazas y otros.
Sebastián Sánchez, de 33 años, grafitea desde los 11. En su vida ha pintado seis murales representativos, uno de ellos en Santa Ana, Manabí, donde pintó tres historias sobre el origen de la parroquia; otro en Pomasqui. El grafiti comunitario y social - como él lo llama- busca vincular el arte con la comunidad para tener una convivencia pacífica.