Una de las frases más importantes que se escucharon el domingo salió del alcalde de Quito, Augusto Barrera, cuando reconoció su dura derrota en las urnas.
“Aunque pudiera, incluso, haber erosionado el liderazgo de este proyecto de revolución ciudadana, quiero agradecer la participación activa del presidente de nuestra organización, Rafael Correa”.
Es una frase semánticamente ambigua. Puede entenderse que el Mandatario se apersonó de la campaña en Quito, porque Barrera acusaba problemas de liderazgo. O que la presencia de Correa en la capital fue lo que finalmente acabó con el Alcalde.
Los problemas de liderazgo de Barrera son suyos y punto. Pero lo que resulta en verdad importante, es reflexionar si el Presidente terminó siendo una suerte de kamikaze en el tramo final de la campaña.
Los elementos para sostener este argumento son abundantes. ¿Por qué Correa se preocupó recién al final de la campaña por lo que sucedía con Alianza País en la capital? ¿Por qué se sorprendió con problemas como las tasas, multas y patentes, a última hora? ¿Por qué los estrategas de Barrera, con el apoyo de la Secom, entraron en una campaña demagógica y poco seria como recortar multas, quitar peajes y reabrir cines? ¿Por qué Correa obvió el exhorto de una función del Estado e hizo proselitismo político en pleno silencio electoral? Estas acciones no lograron que la tendencia que marcaban las encuestas se redujera. Mauricio Rodas derrotó a Barrera con más de 20 puntos.
Si se parte del argumento de que el correísmo siempre tuvo inteligencia política ¿a qué se debieron, entonces, los tropiezos de los últimos días? Una de las respuestas puede ser la forma en la que Alianza País ejerce, desde mayo del año pasado, el poder total que ganó el 2013: con muy poca reflexión e intransigencia.
Correa perdió demasiado en estas elecciones, no solo la Alcaldía de Quito. La gran lección del 23 de febrero, como a lo mejor quiso decir Barrera, es la erosión de un estilo de gobierno que ya no gusta.