Once comunidades del área del Yasuní no le temen al petróleo

Indígenas waorani posan junto a un criadero de cachama roja, en la comunidad Guiyero, producto del aporte de la firma Petrolia. Foto: EFE.

La incertidumbre agita a las comunidades de indígenas waorani y kichwas que habitan dentro de los bloques petroleros 16 y 67, dos yacimientos ubicados en el Parque Nacional Yasuní, en el corazón de la Amazonía ecuatoriana, y que temen el impacto económico y social de un eventual cese de operaciones de la actual petrolera, cuya continuidad está en el aire.

En escasas tres semanas, si sigue la misma empresa, los waorani tendrán al alcance un hito histórico e inédito en Ecuador: ser socios de la operación y participar del reparto de dividendos o, por el contrario, ver rota una larga relación de casi 30 años y unos USD 40 millones en desarrollo de servicios básicos y proyectos productivos.

Esa es la disyuntiva para las 11 comunidades que habitan dentro de los bloques, especialmente las ocho waorani, con entre 500 y 800 habitantes, y de cuyo territorio se sacan cada día unos 15 000 barriles de petróleo, pero también otras tres comunidades kichwas, con 600 personas, ubicadas en la zona de influencia de la explotación.

A fin de año culmina el contrato de servicios que el Estado tiene con Petrolia, actual nombre de la firma que ha operado los bloques los últimos 28 años, y que ha solicitado al Gobierno continuar bajo un contrato de participación, del que formarían parte los waorani.

Sin embargo, el Ejecutivo no ha atendido aún el requerimiento para negociar y mantiene un proceso para que los campos vuelvan al Estado y pasen temporalmente a manos de la estatal Petroecuador.

Cambio patente

“Si la empresa se va, volvería a ser como antes de 1994”, comenta a EFE Eduardo Ahua, habitante de la comunidad waorani de Guiyero.

Desde que su abuelo fundó la comunidad, bautizada como Guiyero (por su gran cantidad de zancudos), Ahua ha sido testigo del antes y después de la llegada de la petrolera, y asegura que hubo una mejora en sus vidas al proveerles la empresa de escuela, electricidad, transporte y proyectos productivos, entre otros servicios.

“Mi abuela firmó el primer convenio con la empresa, y las nuevas generaciones hemos visto el cambio”, cuenta Ahua, para quien “todo el apoyo, sobre todo en educación, es gracias a la empresa, porque aquí el Estado no está; el Yasuní no existe para el Estado”.

Junto con las demás comunidades, teme que si se va Petrolia, Petroecuador no continúe la misma línea de cooperación. “Lo que he conversado con mis hermanos y tíos, que ya son pikenani (sabios), es que el Estado no se va a hacer cargo de toda la infraestructura y cambiaría nuestra forma de vivir”, advierte.

Larga convivencia

Al contrario que en otras áreas waorani, donde los indígenas han paralizado judicialmente la licitación de bloques como el 22, al no cumplir el Estado con la consulta libre, previa e informada, allí sus líderes no rechazan la explotación petrolera si ven su vida mejorada y el entorno natural conservado.

Detrás de la escuela de Guiyero están las piscigranjas, uno de los proyectos productivos iniciados con capital de la empresa para proveer a las comunidades de alternativas de desarrollo sostenibles.

En ellas existen entre 4 000 y 5 000 cachamas rojas (Piaractus brachypomus), un pez oriundo de la zona, de los que hoy han salido decenas de ejemplares para la fiesta de una de las comunidades vecinas.

Con iniciativas como esta, se han creado 120 fuentes de empleo tanto directo como indirecto, señala a EFE el jefe de Relaciones con Socios y Comunidades de Petrolia, Héctor Reinoso.


Visita nuestros portales:

Sigue a EL COMERCIO en Google News CLIC AQUÍGoogle News


Suplementos digitales