Los manifestantes aseguran que se irán de El Arbolito cuando el Gobierno loes escuche. Foto: Alfredo Lagla/El Comercio
Samay, cuyo nombre traducido del quichua significa “aliento de vida”, es la menor entre quienes acampan en el parque El Arbolito, en Quito.
“Por favor ayudemos a hacer la limpieza de cada grupo, la recolección de desperdicios”. Eso piden a través del micrófono este lunes 17 de agosto del 2015. Llevan casi una semana fuera de su casa decenas de indígenas que llegaron a la capital de Ecuador para sumarse al paro nacional que se inició el pasado jueves 13.
También anuncian que se escuchará música de la Amazonia. “Continuamos para defender la Patria. La Patria se defiende. La Patria no se vende”. Eso dice a través del micrófono Vicente Chato, de 54 años, proveniente de Ambatillo en Tungurahua.
En el interior de la carpa en la que se reciben donaciones de ropa Samay es alimentada por su madre Ziza Cotacachi, de 24 años. Su hija tiene apenas dos meses de nacida. Lacta con gusto acomodada sobre tres colchones. Viste un abrigado mono verde claro.
Su mamá desde los 15 ha sido parte del movimiento indígena. Por eso salió el lunes desde Otavalo, en Imbabura, a Quito, caminando con su nena.
El sol hizo que el trayecto se le haga más pesado pero no decayeron. El padre de la nena es un dirigente. La madre integra la Federación de Pueblos Quichuas de la Sierra Norte de Ecuador. “Sí. Samay es de la más jóvenes dirigentes”, dice su mamá.
Tuvo algo de temor de que enferme. Pero no le ha pasado nada. Está aconstumbrada. Meses atrás, cuando estaba en el vientre de su madre, ya fue parte de otra manifestación en Quito. Llegaron para protestar por el anunciado desalojo de la Conaie de su sede ubicada en la avenida De Los Granados, en el norte de la capital.
En la carpa de madre hija duermen 25 personas. Anoche 20. En el grupo de los jóvenes están Fabián Montalvo, de 12 años. También sus hermanos María y Tauri, de 20 y 24 años respectivamente. Este último es el más preocupado del cuidado del perro mestizo Chasqui.
El animal de pelaje negro come carne y huesos y todo lo que le comparten en esta carpa. Ayer se perdió durante el día. Salió del campamento y nadie sabía sobre su paradero pero de pronto regresó en la noche. Eso tranquilizó a Tauri. No dejará que salga otra vez. Menos que los acompañe a las manifestaciones en el Centro. No quiere que pelee con otros canes o que se pierda.
En esta carpa, como en todo el lugar, el desayuno fue consistente: caldo de hueso con tostado, pan y un vaso con chocolate.
“Vamos a irnos cuando el Gobierno nos oiga”, dice Ziza con Samay en brazos.
En el campamento algunas personas barren. Otros toman una especie de lista según las carpas. Eso les permite saber cuántos indígenas están presentes. Y controlar que se encuentren bien.
“Vamos adelante a defender la Patria, para no estar chiros, con bolsillos vacíos”, dice el encargado de hacer sonar la música. Él también pide que le presten CDs para mantener la alegría. En el centro del lugar se ve a una barredora de la Empresa Pública Metropolitana de Aseo. También pasa de largo un joven drogado que no pertenece a ninguna comunidad. Es de los que rondan la Tarqui, El Ejido, la 10 de Agosto.
El campamento está colocado en la esquina que colinda con la avenida. 6 de Diciembre y calle Tarqui. Hay 19 carpas alrededor y en el centro queda una especie de patio.
A esta hora algunas personas se bañan en una ducha. Un pequeño de 2 años camina. Entra y sale de una de las carpas.
Cuando alguien ingresa al lugar y toma notas o da vueltas en el campamento, la comisión encargada de hacer guardia se acerca y pide que se identifique. No quieren infiltrados. Eso afirman.
Jacinta Tapuy, de 43 años, recibe vaselina en el puesto de salud, ubicado también en una carpa y proporcionado por el Colegio de Médicos. La mujer vino de la comuna de Santa Clara en Pastaza con sus tres hijos de 10, 12 y 15 años. Su hija tiene los labios secos por el sol durante las caminatas. Pero están dispuestos a mantenerse el tiempo que sea necesario.
Los sanjuanitos suenan y contagian alegría. “Así se baila en mi tierra”, se oye.
“Gracias por la solidaridad de los quiteños”, repite en varias ocasiones, entre las canciones Vicente Chato. “Nada de rodillas. Si nos sepulta el Cotopaxi. Aquí estaremos”.