Simón Espinosa Cordero, en la sala de su casa. Durante la sesión fotográfica se impacienta un poco, pero igual colabora y aguanta el proceso con bromas y buen humor. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
Cuando la parte hablada de la entrevista termina, y la sesión de fotos empieza, Simón Espinosa me dice algo fundamental mientras se acomoda junto al piano que preside la sala de su casa: “Los milagros en los que sí creo son los del amor”.
Lo dice sonreído y en tono aclaratorio, porque los últimos 40 minutos -que en su compañía pasan como un suspiro- hemos estado conversando, precisamente, sobre milagros.
¿Cuál fue el último milagro del que tuvo noticia?
(piensa un rato) Para la canonización del Hermano Miguel en 1984, con un milagro que le había hecho a Hernán Crespo Toral, cuando tenía 12 años.
¿Qué milagro?
Le había curado de una suerte de parálisis que tenía en la rodilla y en la pierna, con la que no acertaban los médicos por varios años.
¿Cómo le hizo el milagro?
No sé. Le rezaron, le hicieron una novena al Hermano Miguel, como son cuencanos ambos, y le pusieron una estampa.
¿Así le curó?
Eso dicen, ¿no?
¿Usted cree en milagros?
No.
¿Por qué?
No creo en milagros porque no veo cómo se pueden suspender las leyes físicas de la naturaleza. Por ejemplo, con el milagro de La Dolorosa del Colegio (San Gabriel), que abrió los ojos y fue vista por muchos niños internos, incluido el presidente (José María) Velasco Ibarra que estaba interno en 1906, un hermano había dicho: “La Virgen está abriendo y cerrando los ojos”. Pero no hay la obligación de creer en milagros, pues.
Usted no cree en milagros, ¿pero tampoco niega que puedan existir?
Sí les doy el beneficio de la duda. No tengo certeza absoluta, porque sería un soberbio, pero les doy una alta probabilidad de que no existan.
Para creer en milagros, ¿hay que pensar con el corazón o con la cabeza?
Con ambos, porque el milagro es una suspensión temporal de las leyes físicas, que son inmutables y eternas. Y la teoría es que esta ley es suspendida por Dios, gracias a la intercesión o de la Virgen María o de los Apóstoles o de los santos. Esa es la teoría católica.
Creer en el milagro de la fecundación de María por un espíritu obliga a despojarse de toda lógica, ¿no?
Claro. En teología se dice que tanto la encarnación del Hijo de Dios en María por obra y gracia del Espíritu Santo, como la resurrección de Jesús al tercer día son hechos que están fuera de la historia; es decir, que no se pueden comprobar.
¿Es una manera elegante de no confrontar hechos que son imposibles?
Seguramente. Pero todo esto todavía preocupa en el mundo actual. Yo estoy leyendo una novela de 2014, de Emmanuel Carrère, que se llama ‘El reino’. En la primera parte narra su conversión (al catolicismo) con gran fervor y más adelante él va a cuestionar toda su fe haciendo un análisis exhaustivo de la resurrección.
¿Qué sitio cree que tienen los milagros en una sociedad tan secularizada como la actual?
Yo creo que tienen el mismo sitio que antes, porque la sociedad secularizada actual si bien ha dejado de practicar la religión o digamos más brutalmente muchos han perdido la fe y son ateos, sin embargo, se han llenado a sí mismos de ideas arracionales y fabulatrices y entonces cuando están en un apuro o en una gran soledad, en una sequedad interior, o han perdido a un ser querido, los que todavía se acuerdan, acuden a Dios o a la Virgen. Y los otros a una especie de fuerza luminosa que llaman de distintas formas. Entonces, el mundo actual es desalborotadamente religioso.
¿Dice que se mantiene una línea de pensamiento mágico en la sociedad actual, con o sin religión?
Sí. Porque, salvo en una sociedad muy atea y muy refinada, aún hay un cierto sentido de trascendencia fuera de este mundo.
¿Qué ha pasado a ocupar el lugar de los milagros en la espiritualidad de los ecuatorianos?
Creo que una buena parte de la población católica de estrato popular, sobre todo, sigue con sus devociones y cree en los milagros; por ejemplo, con estas romerías para la Virgen de El Quinche, le dejan mandas, van a pedirle. La clase media más profesional, más ilustrada, y también un poco la popular, en parte han emigrado hacia distintas religiones.
¿La fe es el ingrediente secreto del milagro?
Claro. Sobre todo desde el siglo XVIII, del Iluminismo francés, de la diosa razón, todos los esfuerzos se dirigieron a desmontar la religión, a reducir la Biblia a tradiciones antiguas de diferentes culturas.
¿Qué nos pasa cuando dejamos de creer en la posibilidad de que haya milagros?
Bueno, va a depender de la persona, ¿no? A muchos no les pasaría nada, porque están convencidos de que somos como las plantas, como los animales y que tenemos este breve paso por la vida, y aceptan que son “el ser para la muerte”, como decían los existencialistas. Pero para otras personas, que todavía conservan un sentido de trascendencia o un temor o un deseo de ver a Dios, negar los milagros sería como dejarles ciegos.
Ahora, ¿qué ocurriría si dejáramos de creer en milagreros y de buscarlos?
¿Qué entiendes vos por milagreros?
Personas que dicen que hacen milagros y no los hacen, entonces son unos farsantes que se aprovechan de alguna necesidad profunda de la gente.
Bueno, charlatanes ha habido en todas las épocas de la historia. En España floreció, por ejemplo, la picaresca porque había mucho charlatán que vendía milagros, huesos del niño Jesús, etcétera. Entonces, no pasaría nada. El milagro más grande, creo yo, sería que nosotros nos volviéramos buenos ciudadanos y consideráramos que nuestra vida no tiene sentido sin solidaridad con los demás; y moderar el afán de riqueza, moderar la soberbia del poder y moderar el creerse dioses, a su modo.
Entonces, ya no estaríamos en busca de milagreros, de alguien que nos solucione la vida, ¿no?
Porque la vida se nos volvería automáticamente moral y ética en el momento en que estamos con los demás.
¿Cuáles considera que han sido los milagreros insignes de Ecuador en los últimos años, en la acepción de fingir hacer milagros?
Pues no sé, oye. ¿El cuentero de Muisne será? No sé.
En la política ha habido un montón de milagreros; ¿puede sacar de ahí unos tres nombres?
Pues para ser más contemporáneos: don Rafael Correa, que hacía milagros todos los sábados. A quien la gente le seguía; algunas personas realmente le veneraban, le adoraban, confiaban en él, ¿cierto? Yo creo que también Eloy Alfaro, Velasco Ibarra.
¿Qué siente si le digo estas dos palabras que se convirtieron en un eslogan en los últimos años: “Milagro ecuatoriano”?
Siento rebeldía.
¿Por qué?
Porque pudo haber un milagro ecuatoriano con una administración eficaz, con ahorro, con buena planificación.
Sin robo.
Claro, sin robo. Por eso tengo cólera. Y luego, tristeza de que perdimos una década que fue ideal en la historia, en cuanto a economía. Y profunda decepción siento por las consecuencias de que la sociedad se banalizó, en el sentido de la banalidad del mal, o sea que ya nos acostumbramos a explotar al prójimo y no caemos en cuenta de que es malo.
¿Qué milagro cree que necesita el Ecuador de hoy?
El Ecuador necesita el milagro de un cambio de corazón. Lo que antiguamente se decía ‘metanoia’, o sea en griego, que es un revuelco de la mente. Pero la mente no solo en el sentido de cabeza, sino de afectos, de sentimientos, de percepción. En otras palabras, el gran milagro que necesita el país es una ciudadanía consciente. Pero eso no va a venir por obra y gracia del Espíritu Santo, sino solo si cada uno se convirtiera en una especie de voluntario para ayudar a los demás.
Simón Espinosa
Nació en Cuenca en 1928. Vino a vivir a Quito en 1946, cuando empezó su noviciado como jesuita. Fue sacerdote hasta 1972. Es un connotado intelectual. Ha ejercido la cátedra y el periodismo.
Actualmente es miembro activo de la Comisión Anticorrupción, de la Corporación Editora Nacional, de la Sociedad Ecuatoriana de Bioética y de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.