La obra impulsó la apertura de ferreterías, tiendas y servicio de transporte en El Chaco. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
La agricultura y la ganadería eran las actividades principales en el cantón El Chaco (Napo) antes de la construcción de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, que arrancó hace seis años y que fue inaugurada el viernes 18 de noviembre del 2016.
Con la megaobra, los cambios más notorios fueron la apertura de nuevos comercios: tiendas, ferreterías, fruterías y puntos de información sobre la hidroeléctrica.
Se sumaron servicios como el transporte de camionetas para trasladar a los trabajadores hacia los frentes de trabajo. Sin embargo, la construcción terminó y el movimiento, de poco, se apaga.
El jueves 17 de noviembre, a un día de la inauguración de la hidroeléctrica, Juan Carlos Simba, de El Chaco, esperaba junto a otras seis camionetas la llegada de pasajeros. Conseguir una carrera en estos días es una tarea titánica, asegura. Mientras aguardaba su turno, recuerda que cuando comenzó la construcción de la central, en el 2010, las carreras eran constantes.
Él realizaba entre cuatro o cinco carreras a sectores como El Salado o San Luis a un precio de USD 10 y 15, respectivamente. Cuando regresaba al pueblo volvía con más pasajeros, por lo que el viaje de 40 minutos le dejaba ingresos importantes.
Sin embargo, a inicios del 2016, la situación se complicó porque la afluencia de trabajadores se redujo. Ahora hace unas cinco carreras en el centro de El Chaco, a USD 1,25 cada una.
Pero ese no es el único problema. Además, tiene que competir con las dos líneas de buses, que cobran un pasaje de USD 0,25 y llegan a los mismos destinos: los campamentos levantados por la empresa china Sinohydro, a cargo de la edificación del Coca Codo.
A esto se suma que hay trabajadores que para evitar el viaje trasladaron su hogar a sectores cercanos a la hidroeléctrica. La central requirió de 7 739 trabajadores. En días pico, acogió hasta 16 000 obreros, según el ministro de Electricidad, Medardo Cadena.
Nancy Chicaiza perteneció a ese grupo de trabajadores.
Chicaiza se dedicaba a la agricultura, pero con la llegada de Sinohydro pudo acceder a una plaza de empleo en el área de cocina de la empresa. Dejó su casa en El Chaco para vivir en San Luis, a unos 20 metros de la entrada a uno de los frentes de la obra. Lo hizo por la cercanía al que fue su lugar de trabajo durante un año y medio. Tras su salida, hace dos años, la mujer abrió una tienda con víveres, productos de higiene personal y otros productos. Su local fue uno de los primeros que se edificó; ahora hay cuatro negocios más en menos de dos cuadras.
Antes no había ninguno. De hecho, había solo cuatro casas, así lo rememora Nancy Guambi, quien trabaja en la tienda.
Recuerda que con su llegada hace cinco años las ventas sumaban unos USD 1 000 a la semana. Ahora han caído a la mitad, por lo que tuvieron que implementar nuevos productos para atraer a más clientes.
En El Chaco también se levantaron locales como la ferretería de Pedro Jácome y María Maldonado. El matrimonio cuenta que hace seis años ocurrió un ‘boom’ por la llegada de personas foráneas para la construcción de la central. Trabajadores y técnicos que se trasladaron a vivir a la zona dinamizaron el sector de construcción. Los Jácome Maldonado se beneficiaron por algunas ventas de cerámica, llaves y tuberías.
Según Jácome, fueron compras pequeñas, por lo que ya no recuerda el monto, pero sirvieron para mejorar sus ingresos.
Para Javier Chávez, exalcalde de El Chaco, en el período 2009-2014, la obra generó ingresos para los oriundos de esta localidad amazónica.
Chávez cuenta que se consiguió una planta de agua potable, se construyó una escuela del milenio y un estadio. Estas y otras obras se ejecutaron con los anticipos de la central que alcanzaron USD 10 millones, señaló el exalcalde. Con la conclusión de la obra, “algunas personas han vuelto al campo; otras siguen en el desempleo”, dijo el exfuncionario.
Según Sinohydro, se prevé que a fines del 2016 queden 500 trabajadores y luego se reduzcan de a poco.
Los que aún quedan, como Óscar Cedeño, de Quevedo (Los Ríos), están preocupados. Mientras tanto, su rutina en la firma china, donde labora como chofer, sigue.