Cristian acaba de llegar junto a su madre y su hermano a Bajo Chiquito, el primer pueblo panameño al que arriban los migrantes irregulares tras atravesar el Tapón del Darién, la peligrosa frontera que divide a Panamá y Colombia, y su llanto no cesa.
El pequeño llora porque quiere la cámara de fotos de la Agencia EFE; llora porque su madre, María Pernalete, le limpia los pies llenos de picaduras infectadas; llora cuando le echa la pomada sobre las heridas y cuando lo obliga a tomar un jarabe para frenar la fiebre.
“Prácticamente me estaba muriendo de hambre” en Venezuela. Cruzar el Darién “fue horrible, es lo peor que le puede pasar a un ser humano, pero la estábamos pasando muy mal en mi país”, cuenta a EFE Pernalete, una madre venezolana de 34 años.
La selva del Darién es considerada una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, tanto por su propio entorno salvaje como por la presencia de grupos armados y del crimen organizado que la ha utilizado durante décadas para el tráfico ilegal de drogas, armas y personas.
No se sabe con certeza cuántas personas han muerto en el Darién en medio de la actual ola migratoria. Los migrantes relatan que los viajeros pierden la vida por caídas, heridas o simplemente no pueden seguir por estar enfermos o débiles; mueren ahogados en ríos crecidos o a manos de delincuentes.
Ríos humanos
Con tan solo cuatro años, Cristian ha atravesado esta selva, al igual que otros 21 570 menores de edad este 2022 hasta septiembre pasado, según cifras oficiales.
Este año, la cantidad de migrantes que han cruzado el Darién en su camino hacia Norteamérica se ha disparado: más de 187 000 en lo que va de 2022, según las autoridades panameñas. Es una cifra que ya superó largamente a la histórica de 133 726 transeúntes de 2021.
En su informe de situación a agosto de este año, Unicef estimaba que para finales de 2022 al menos 180 000 personas (número ya superado) habrían cruzado el Darién, incluidos 30 000 niños.
Es una crisis impulsada por el éxodo venezolano, pues el 70% de los que deciden caminar la selva son de Venezuela, pero también hay personas provenientes de Haití, Bangladesh, India, Somalia, Colombia y hasta de Filipinas, según datos facilitados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Pernalete partió desde la venezolana ciudad de Barquisimeto huyendo de la hambruna que casi los mata primero a Ecuador, regresó a Venezuela y decidió volver a migrar junto con sus dos hijos, de 4 y 2 años, y su marido. En Bajo Chiquito acudió descalza al único centro de salud improvisado que hay allí.
Los dos pequeños tienen fiebre, vómitos, diarrea y pesadillas; y todavía les queda una larga travesía. “Si lo hubiese sabido, no lo hubiese hecho. Esos cuatro días que pasé en la selva fueron los peores días de mi vida. Mi hijo pedía que no camináramos más”, lamenta entre llantos, con la esperanza de llegar a EE.UU. para trabajar.
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