El miedo es el miedo, dicen los habitantes de Baños cuando se les pregunta -ingenuamente- si temen los efectos del volcán Tungurahua, si sienten pánico con los bramidos y los estruendos que bajan desde la enorme montaña y estremecen las paredes, los muros, las ventanas, la tierra.
Pero que el miedo exista no significa que no se lo pueda vencer. Y eso muestran los baneños.
Mama Tungurahua, le dicen los campesinos que viven en pueblos de casas dispersas.
Desde hace 11 años conviven con él.. En 1999 volvió a despertar luego de muchos años de permanecer quieto.
El terror llegó cuando las primeras erupciones estremecieron y conmovieron la vida cotidiana.
Desde ese año bota rocas incandescentes y cascajo. También arroja ceniza que cubre techos, cultivos y carreteras de Penipe, Ambato, Riobamba y hasta de Guayaquil.
En los pueblos cerca del volcán la gente dice que cuando la Mama está enojada hay que hacerle caso: las erupciones fueron devastadoras.
Eso está registrado en los grandes cuadros de la Basílica de Baños de Agua Santa, que fueron pintados por el fray Enrique Mideros.
Las imágenes son dramáticas. Junto a los lienzos están las historias de los días trágicos.
En uno se lee: en 1773 hubo una fuerte erupción del Tungurahua con bramidos, bloques incandescentes e hirviente lava bajaba por el río Bascún.
Los moradores de Baños, sobrecogidos por el temor, se refugiaron en la capilla de la Virgen del Rosario de Agua Santa.
Clamaron a la imagen con devoción y fe. El volcán se calmó.
En los últimos 11 años, el proceso eruptivo ha dejado lecciones. En un inicio, las autoridades obligaron a los campesinos a que saliera a los albergues equipados con lo básico: colchones, cobijas, comida y ollas.
Luego volvían a sus comunidades para retirar la ceniza de las plantas y cuidar animales.
Al principio, pocos usaban mascarilla y tenían la certeza de que no llegarían la ceniza ni las rocas incandescentes.
El pasado 28 de mayo el volcán aumentó la actividad que, según los técnicos del Instituto Geofísico, sigue alta.
Pero esta vez, la gente de Cusúa,Chacauco y Bilbao, las ciudades más próximas al Tungurahua, salió sin que las autoridades decretaran la evacuación.
No fueron a los albergues, sino a las casas que el Gobierno construyó en Pelileo.
En Baños la gente participa en los simulacros y escucha atenta las indicaciones. En las zonas cercanas tienen mochilas con agua, ropa y enlatados.
El miedo existe. Pero no es invencible.