Demolición de una casa ubicada en la calle 9 de Octubre en el centro de Portoviejo. Militares y Policías resguardan la zona. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Vallas metálicas en cada esquina. Policías cubiertos con mascarillas. Maquinaria derrumbando casas. Vecinos que intenta llevarse sus cosas. Ese es el escenario que se vive en el centro de Portoviejo, la zona manabita que fue afectada por el terremoto de 7.8 grados.
El lugar está aislado desde el sismo. Cada edificación es identificada con un letrero que dice inspeccionada o por demoler.
Daniel Palacios se quedó sin casa, sin inquilinos y sin trabajo. Ahora no puede entrar a la denominada “zona cero”.
Ahí también estaba la lubricadora en donde él trabajaba, pero se vino abajo. Llamó a los dueños del negocio y lo único que le dijeron es que no hay trabajo, que ni ellos pueden entrar.
El polvo es fuerte. Ernesto Flores maneja una retroexcavadora. La empresa privada en la que labora le envió desde Guayaquil apenas se produjo el sismo.
Hasta el mediodía de este martes 26 de abril ya había derrumbado 12 casas. “Es doloroso ver cómo las viviendas de la gente se viene abajo, pese al gran esfuerzo que hicieron para construir”.
Tiene su rostro cubierto de polvo, aunque lleva una mascarilla. Mientras descansa toma el agua que le dan los propios vecinos.
Los moradores aparecen con botellas de agua y ayudan a los trabajadores.
Carlos Mora también maneja una maquinaria y ya ha botado seis casas cuyas estructuras quedaron con fisuras.
El centro de Portoviejo se caracterizaba por ser comercialmente intenso. Había locales de repuestos para vehículos, vulcanizadoras, tiendas, locales de papelería, instituciones financieras, etc.
Nada funciona ahora. Jorge Tello solo ve que cómo los tractores ya mismo llegan a su vivienda. “Perdí todo amigo. Yo tenía mi negocio de computadoras pero no queda nada”.
Por las radios locales se informa de cómo está ese sector. La gente llama y pide que se reabra cuando antes la zona, que quieren volver a trabajar.
Pero hay edificios de hasta cinco pisos que están virados, que sus estructuras no soportaron el terremoto.
En otras calles solo aparecen restos de bloque o concreto. En cada esquina están las vallas y policías. “Por favor tengan la bondad de retirarse”, dice uno de ellos.
Los uniformados no son de ahí. Llegaron de Quito, de Cuenca, de Latacunga. Ahora su misión es evitar que haya desmanes en ese sector y en otros lugares.
“Mi ciudad se acabó”, dice José Gómez. Tiene 50 años y es la primera vez que deberá dejar el centro de la ciudad. Ahí nació, creció, tuvo sus hijos y los nietos. “No es nada fácil hacer esto, no es fácil dejar el lugar en donde hicimos nuestras vidas”.