Un amigo me prestó las dos primeras temporadas de Mad Men, estupenda serie de televisión que arrancó en el 2007 y ha ganado muchos premios. Su título alude a las famosas agencias de publicidad ubicadas en Madison Ave. (NY) y también a esa “gente loca”. Como la vida loca, aunque ni tanto porque nos hallamos al final de los años 50 y estos hombres atildados, que no paran de fumar ni beber ni acostar a lo que se ponga por delante, están haciendo algo más importante que llevar cuentas de grandes compañías: nos están diseñando el mundo en el que vamos a vivir todos desde entonces hasta el día de hoy. Sí, los ricos comprando, los pobres mirando, pero todos embarcados en el “american dream of life”, que no habría existido como sueño ni como nada si no era por la publicidad, sobre todo a través de un medio que iba a cambiar la percepción y el sentido mismo de la realidad: la televisión, “the idiot box”.
Quizá porque soy poco dado al consumo no me cuento entre quienes critican hipócritamente a la publicidad. Por el contrario, creo que algunos de los talentos más creativos y agudos del siglo XX enriquecieron ese lenguaje avasallador que iba a penetrarnos hasta las últimas neuronas. Gay y bufonesco, Andy Warhol lo entendió desde el principio: lo pop, la cultura de masas, la comercialización del deseo y el tiempo libre.
Y la reinvención de la política, que trepó de la calle a las pantallas. No en vano, a la agencia Sterling Cooper, eje de la serie, le encargan manejar a Richard Nixon hasta el famoso debate electoral con John F. Kennedy, el primer debate televisado de la historia, que fuera ganado por un Kennedy joven, guapo, glamoroso, progre, emblema de los nuevos tiempos. Había nacido así la telepolítica, el juego de las encuestas, el marketing presidencial, los asesores de imagen que venderían a los candidatos como pasta de dientes o celulares multiuso.
El creativo Don Draper, protagonista de la serie, viene de abajo y usa una identidad robada. Pero es blanco, pintón, brillante, inescrupuloso, arribista, buen polvo, requisitos clave para triunfar en una sociedad machista y racista donde las mujeres, o son secretarias que calientan a los ejecutivos, o son amas de casa frustradas como la rubia Betty de Draper, en cuyo ambiente elegante detectamos los mismos ecos angustiosos de la película “Revolutionary Road”, o de la atormentada Julienne Moore de “The Hours”: esa clase media alta norteamericana al borde del cataclismo de los años 60. Mientras en la agencia se disputan a codazos ascensos y contratos, y Peggy, que nos recuerda a Betty la Fea, pasa de secretaria a copy gracias a su inteligencia y audacia, indicios de cómo las feministas irrumpirán en la vida pública. Espero verlo en las temporadas que faltan.