La familia Ancolla Jerez come junto a la tumba de un ser querido en Salasaka. Foto: Modesto Moreta y Washington Benalcázar / El Comercio
Compartir bebidas y alimentos, limpiar las tumbas, rezar y cantar son algunas de las tradiciones comunes entre las comunidades indígenas de la Sierra. Pero cada una tiene detalles que caracterizan a su pueblo, según la región.
En Tungurahua, por ejemplo, Matías Anancolla alista cinco cuyes y tres conejos para asar un día antes de ir al cementerio de Salasaka, en el cantón Pelileo. Además, elaborará llamingos, gallos, burros y guaguas de pan. Compartirá los alimentos con su familia, alrededor de la tumba de su padre desde las 07:00 del Día de Difuntos.
Es una tradición de más de 200 años que conservan los 12 000 habitantes del pueblo. Martha Chango, concejala de Pelileo y nativa de Salasaka, dice que el rito dura más de 11 horas.
La fecha es importante para el pueblo, porque por un día no hay marido ni mujer. Las parejas se separan para ir a la tumba de sus parientes con sus hermanos, tíos, sobrinos y primos.
Los deudos formarán un círculo alrededor del nicho y dejarán un espacio para el espíritu de su ser querido. En el centro se pondrá un pilche con la comida para el difunto.
En otro se servirán vino, licor o chicha. Tras una plegaria a Dios comerán hasta más no poder. “Pensamos que mientras más nos alimentemos, más lleno estará el finado”, dice Chango.En la madrugada del lunes, antes del festejo, en el pueblo nadie dormirá. Todos ayudarán a preparar los alimentos para llevar al camposanto.
Bernardo Chango, maestro de la comunidad, explica que los hombres y las mujeres vestirán su trajes nuevos.
La despedida en Imbabura
Los indígenas de la ‘Provincia de los Lagos’, llevan comida a los panteones, para compartir con “la almita del ser querido”, según Gonzalo Morales, de la comunidad de Agato, quien ayer visitó a su padre en el Cementerio Indígena de Otavalo. Esto también se hace cuando la persona muere, los dos fines de semana posteriores y en cada aniversario.
Pero cuando llega la muerte, en las comunidades indígenas de Imbabura despiden al difunto con cantos, música y juegos tradicionales. El velatorio dura tres días. “Así lo hacían nuestros abuelos, que nos explicaban que el alma no muere. Solo pasa del mundo material al espiritual”, dice Luzmila Zambrano, coordinadora del Museo Otavalango, que muestra la cultura del pueblo kichwa.
Cuando se trata de un niño, se adorna el féretro con telas celestes, moradas y amarillas. “No es una fiesta. Pero creemos que el pequeño va a una mejor vida, libre de sufrimientos”. También se baila a ritmo de fandango, con violines y arpas.
Para los adultos, el ritual incluye rezos y juegos. Zambrano comenta que se han recuperado 24 prácticas a través de los relatos de los adultos mayores, como el zapallo. Manuel Carrascal, de 75 años, dice que un concursante se pone en cuclillas y lo atan con una sábana. Luego, dos personas lo cargan de los brazos y lo pasean por el salón de velación. Ahí simulan la venta de una calabaza. No faltan las risas cuando los ‘clientes’ hincan la uña para ver si el zapallo está tierno o maduro.
El día del entierro se hace la ceremonia ‘wuandiag’, un grito lastimero, a las 05:00, para despedir a la samy (alma), que, según la creencia, se va con sus parientes que partieron antes.
Saraguro y su homenaje
Las tradiciones indígenas se fusionan con la cultura mestiza, pero siguen practicándose sobre todo en las comunidades rurales, según Lauro Poma, del pueblo kichwa Saraguro. La colada o mazamorra morada junto a las figuras de pan se consumen el Día de Difuntos, junto a la tumbas de seres queridos.
Antes se hace una pinzhi mikuna o pampamesa (mote,tripa, papas, papa, queso… que se pone en mesa general). Se comparte con otras personas que van al cementerio, donde se celebra la misa de los fieles difuntos.
Para Pedro Sigcho, presidente de la Federación Interprovincial de Indígenas Saraguro, estas prácticas simbolizan la unión familiar y realizarlas junto a los difuntos es un nexo solidario. Explica que algunas personas llevan chicha de jora o guajando (bebida de penco).
Los saraguros hacen coronas con flores naturales o de papel de seda en colores negro, blanco y morado como regalos para colocar en las tumbas.
Los saraguros regalan guaguas de pan a sus ahijadas y caballitos a sus ahijados. Las figuras tienen coloridas decoraciones y cintas llamativas que invitan a jugar.