Hace algunas semanas, en la presentación del libro de José Ayala Lasso, el ex presidente Osvaldo Hurtado delineó lo que ha sido una excepción en la vida republicana: tener una política de Estado, en este caso, respecto al diferendo territorial con el Perú.
Además, es importante el contraste que resaltó respecto a los años que siguieron al Protocolo de Río de Janeiro marcados por posiciones politizadas, y la política que predominó a partir de 1995, cuando los gobiernos observaron prudencia, coherencia y racionalidad durante la guerra, la negociación y la paz, en un entorno de unidad nacional.
Estas actitudes en materia internacional no se han vuelto a repetir. En la actualidad, los frentes no resueltos, pendientes o inciertos con Colombia; las relaciones geopolíticas y comerciales con EE.UU. o con la Unión Europea, así como el ingreso aleatorio a la Alba comprueben que carecemos de una visión estratégica que represente a los intereses nacionales y sea el soporte que exige nuestra nacionalidad y soberanía.
El tiempo perdido desde la paz en Brasilia ha sido muy costoso y hoy estamos reducidos a ser aliados de líderes del populismo de izquierda que proliferan en naciones que están perdiendo credibilidad y respeto en el concierto internacional.
El libro de José Ayala Lasso, como el de Francisco Carrión anteriormente, constituyen una prueba de la seriedad para analizar temas internacionales complejos. Demuestran que existen profesionales que pueden ser el punto de partida para retomar los derroteros en el concierto continental y mundial.
Lo de Colombia seguirá siendo muy serio; máxime, que existe la posibilidad de que un ciudadano iracundo asuma la presidencia de ese país. Por eso, la ruptura de relaciones y las cíclicas diatribas no aportan ningún beneficio. De la misma manera debemos ser cuidadosos frente al litigio jurídico de Perú con Chile y apurar el ingreso a la Convención del Mar de la ONU. Desde otro ángulo, valorar geopolíticamente las relaciones diplomáticas con Brasil y con Chile.
Para agregar mayor complejidad a estas falencias, hay que sumar las pésimas relaciones del Gobierno con la prensa independiente del país que afectan seriamente nuestra imagen internacional, como lo evidencian las reacciones al más alto nivel mundial.
Los resultados, en este ámbito a más de la confrontación, son precarios: no tienen ningún proyecto de ley; carecen de sustento constitucional la clausura de Teleamazonas y la última arma esgrimida como es cancelar la publicidad oficial, por cuanto a la prensa informó sobre los contratos de familiares vinculados, es deleznable.