Por incontables ocasiones había preparado cadáveres para que sus deudos pudieran despedirse tras la partida terrenal. La destreza aprendida para aplicar el formol, vestirlo y hasta maquillarlo era algo que no lo asustaba, ya que había perdido el temor de estar en ese contacto tan íntimo y solitario con el frío cuerpo del fallecido.
Pero Jhonny Oviedo estaba consciente de que en algún momento esos miedos y sentimientos reflotarían y que llegarían tarde o temprano a su círculo. Pensaba en sus padres, ya agotados por los años y las enfermedades.
El episodio del ciclo de la transición entre la vida y la muerte le llegó primero con su madre, quien falleció en 2019 y luego con su padre, que dejó la vida terrenal por covid-19 dos años después. En medio de una de sus tantas jornadas tuvo que parar para viajar a Esmeraldas, donde su madre había perdido la vida.
Luego de enterarse de la noticia, viajó a esa provincia para trasladar el cuerpo hasta Santo Domingo de los Tsáchilas, en donde Oviedo reside y donde decidió sepultarla. Con el golpe anímico que le significó esa pérdida, debió de preparar el cuerpo de su progenitora.
Le dio todos los honores posibles mientras le practicaba lo aprendido en el oficio. Con su padre no hubo lugar para tantas esperas, pues en plena pandemia había un protocolo de bioseguridad que cumplir y, por tanto, poco contacto y poco tiempo para llorar a “su querido viejo”.
Ambos decesos lo marcaron al punto que renunció a la funeraria en la que trabaja. No tenía ánimos para continuar. En el negocio le dijeron que se tomara unas vacaciones y que pensara en su decisión. Entonces aceptó la propuesta y retornó en pleno pico de muertes por la pandemia del covid-19.
En esos momentos supo que todo había cambiado, por el manejo de cadáveres infectados y que ameritaban un tratamiento más riguroso y de cuidado. Oviedo estudió las directrices que están en el numeral 13 del Protocolo para la manipulación y disposición final de cadáveres con antecedente y presunción de covid-19 del Ministerio de Salud.
Ahora recuerda cómo ingresaba a las morgues junto a un hombre que fumigaba el acceso. Ambos iban dotados de trajes de seguridad de color azul y protecciones en sus rostros. Durante la tarea se emplea amonio cuaternario para realizar la asepsia donde se mueven.
Jhonny Oviedo prefiere dejar las etiquetas protocolarias que se usan en la jerga de los servicios exequiales. Lo llaman agente funerario, pero más se inclina por lo de todólogo. En los ocho años que lleva dentro de este servicio ha hecho las veces de embalador de cuerpos, preparador de las exequias, chofer de las carrozas, vendedor, entre otros oficios.
Un antiguo temor
Siempre le temía a los muertos, pero los compromisos en el hogar lo llevaron a ese mundo. Fue por años guardia de seguridad y en el marco de sus rondas nunca faltaron las apariciones extrañas. Cosas que se movían, ruidos misteriosos, gritos…
Pero como dicen que lo que más se repugna o se rechaza tarde o temprano llega, Oviedo tuvo que enfrentarlo cuando le dieron la oportunidad. Ana Valencia, propietaria de la funeraria Valencia en Santo Domingo, le permitió ser uno de los gestores funerarios.
La empresaria lo probó y vio las facilidades que tenía para desplazarse en esos ambientes que a veces son trágicos y muy conflictivos, como ahora, por la inseguridad que deja víctimas a diario.
El pasado viernes 28 de octubre, mientras Oviedo se trasladaba a atender un requerimiento de una persona fallecida en una muerte violenta, contaba que lo que más lo conmueve son las pérdidas de niños. Verlos dentro de una caja lo aflige, pues piensa en sus hijos y en cómo evitar que se adelanten. O como dice ese fragmento de ese pasaje biblíco: “Los hijos no deben morir por los pecados de los padres”.
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