Los lunes por la noche, la tragedia golpea a Pucayacu. Lo hizo el 31 de enero y lo repitió el 7 de marzo del 2022, cuando las lluvias provocaron el desbordamiento del río Quindigua y la inundación de este poblado de la provincia de Cotopaxi.
“Corrimos a refugiarnos a la plaza”, relató Marina Pilco al recordar la noche del 7 de marzo. Ella y su esposo permanecieron en la plaza del pueblo hasta que las aguas bajaron y pudieron volver a su casa, donde esta adulta mayor tiene una tienda de víveres. El piso de su hogar estaba cubierto por una capa de 15 centímetros de lodo. Además, la fuerza de la corriente arrancó la pared que separaba su propiedad de la de sus vecinos.
“Por suerte estamos con vida, ya se verá cómo se puede recuperar lo material”, afirmó Juan Moreno, esposo de Marina. La calle principal y las casas de Pucayacu parecen zona de guerra, la fuerza del agua arrastró adoquines, piedras, palos y basura a su paso.
La inundación de marzo fue más dura que la de enero, afirmaron los vecinos. No se explican las razones, ya que por espacio de un mes y una semana se había trabajado en dragar al río para hacer más profundo su cauce y evitar que se desborde.
“Volvimos a cero”, dijo Wilson Aldaz, concejal de La Maná, que llegó a recorrer la zona. Es que todavía no se terminó de poner los adoquines de la calle principal ni se arregló todo el daño que dejó la inundación del pasado 31 de enero.
El puente roto
Las lluvias, que empezaron la tarde del lunes 7, hicieron que el río crezca y se lleve unos cuatro metros de carretera junto al puente que une a esta parroquia con el resto de la provincia. Como a las 21:00 ocurrió esta tragedia, que dejó incomunicadas a las más de 2 400 personas que viven en este poblado y que es el único camino para muchos habitantes del vecino cantón Sigchos.
Solo quedó un pequeño camino de unos 60 centímetros, por el que se puede pasar caminando. La gente hace trasbordo con los vehículos que quedan a cada lado del puente.
Pero el daño no se focalizó solamente en Pucayacu. Poblados como Quindigua y Machay, que quedan para el norte, también fueron afectados por la imposibilidad de transitar debido a la rotura de la carretera.
Es una zona agrícola y ganadera, en la que los campesinos viven de los productos que a diario sacaban a vender a Pucayacu o a La Maná. Oswaldo Caicedo, lechero de Malqui, llevó 115 litros de leche a lomo de mula para entregar a su comprador en Pucayacu.
“Si no vendo, pierdo todo”, explicó Caicedo, mientras amarraba a su animal. En días normales, los compradores llegaban hasta su propiedad a llevar la leche, pero ahora el camino es casi imposible para los vehículos motorizados.
“Esperemos que en poco tiempo compongan el puente”, afirmó Holger Vera, Teniente Político de Pucayacu. La autoridad recorría la zona en compañía de unos militares, con los que coordinaba acciones para ayudar a la gente.
Los uniformados habían sido enviados la noche del lunes desde Quevedo para ayudar a los pobladores, tras darse la alerta de evacuación. Sin embargo, no pudieron llegar debido a la rotura de la carretera, por lo que durmieron en La Maná. La mañana del martes, había 10 militares en Pucayacu, a los que se sumaron una docena más que llegaron en un camión, haciendo un trasbordo.
Antes del mediodía del martes comenzaron las labores para habilitar el paso por el puente. Maquinaria pesada de la municipalidad de La Maná trabajaba para dar una solución al problema.
Mientras las autoridades buscaban dar solución a los problemas de infraestructura, los vecinos apuraban en la limpieza de sus propiedades. Un ejército de gente utilizaba escobas, palas y baldes para dejar limpias sus viviendas o locales.
De los patios traseros de las casas, que tienen como lindero el río, eran sacados chanchos y gallinas, que sobrevivieron a la tragedia, pero estaban cubiertos de lodo. Sin programarlo, el pueblo vivía una minga, en un intento para vencer la adversidad.
Ajenos a la tragedia
Una niña de cuatro años retozaba en el agua que corría por la calle principal de Pucayacu. Afirmaba que se manchó de lodo, por lo que tenía que lavarse las piernas. De pronto, una de sus zapatillas fue arrastrada por el agua y ella, entre risas, corrió a rescatarla.
A pocos pasos, los adultos de la familia limpiaban la vereda del lodo que arrastró el río la tarde y noche del 7 de marzo. “La tragedia de los grandes es la diversión de los niños”, dijo Miguel, padre de la niña.
Unos metros más abajo, Daniel, de 10 años, y sus amigos utilizaban una malla para atrapar peces que se quedaron varados en una poza que se formó en la que era la esquina por la que se accedía al puente colgante que lleva a ‘La Florida’. Su amiga Josefina quería jugar con ellos, pero recordó que no puede desobedecer a la orden de la mamá que le prohibió mojarse.
“Ya atrapé tres”, comentó Daniel y mostró su trofeo en la mano. Luego de la pequeña pausa, volvió a zambullirse en el agua para seguir pescando. Los muchachos aprovecharon que la asistencia a clases se suspendió debido a la tragedia.