La Casa de Los Arcos, ubicada a orillas del río Tomebamba, Azuay. Fotos: Xavier Caivinagua para el Comercio
Sombras de siluetas de personas, luces que se encienden o se apagan solas, pasos por las escaleras, desplazamiento de objetos y hasta sentir el extraño toque de manos frías son parte de los testimonios de huéspedes y vecinos que habitan cerca de alguna casona patrimonial de Cuenca, que guarda situaciones extrañas.
La Casa de Los Arcos está ubicada en el Barranco del Tomebamba, que es una de las zonas emblemáticas y turísticas de la capital azuaya. Atravesando la puerta principal y rodeado de fotos de la familia Montesinos González, que penden de las paredes, pasa Freddy Calle, de 49 años.
La Casa de Los Arcos está llena de anécdotas y experiencias fantasmales, según sus moradores.
Él es uno de los dos guardias que cuida, desde hace un año, esta casona construida en 1915. Allí vivió por muchos años Gustavo Montesinos con su esposa Isabel González y 11 hijos; dos de ellos fallecieron dentro del inmueble.
Por el diseño neoclásico y el predominio de arcos en las puertas y ventanas le llaman la Casa de Los Arcos. En 1970 el inmueble fue adquirido por el artesano Guillermo Vázquez y por Octavio Muñoz, ambos fallecidos. En el interior hay una cripta que guarda los restos de Muñoz.
La Universidad de Cuenca adquirió el inmueble en el 2004 y restauró algunos espacios deteriorados, pero pese a la decisión ningún restaurador aceptó abrir la cripta. Freddy Calle relata situaciones extrañas vividas en su interior con seres paranormales.
Lo más raro le ocurrió hace tres semanas. Era la media noche y el ambiente estaba muy frío. Sentado en el escritorio de la entrada de la puerta principal se rascó la cabeza, bostezó y estiró las piernas para deshacerse de la sensación de pesadez.
Sus extremidades se elevaron solas y no podía contenerlas. Luego cayeron bruscamente y quedaron acalambradas. Su compañero de ronda, Robinson Rodríguez, que estaba en otro piso, bajó raudo y asustado relatando el mismo hecho vivido.
Calle recuerda que cuando ingresó a trabajar, entre bromas, algunas personas le decían: “ten cuidado con los fantasmas”, porque entre los cuencanos se regó la creencia de que en la Casa de Los Arcos había apariciones.
Pero Calle nunca tomó enserio las alertas hasta que en una madrugada -mientras subía hasta el último piso-, sintió que una mano fría le tocó el hombro. Cuando dio la vuelta no había nadie. “Mi piel se erizó y mi corazón latía a mil”, dijo.
En otras ocasiones ha visto una sombra negra entrar por debajo de la puerta y desaparecer ascendiendo por las escaleras, dejando un frío inusual en el ambiente. Calle no ha registrado estas novedades en la bitácora porque cree que otras personas no le creerán.
En el día, al interior de la Casa de Los Arcos, reina la tranquilidad. Todos los pisos -excepto el último- están abiertos como oficinas de empleados universitarios que -a parte de algún ruido menor- no han experimentado cosas extrañas.
Pero sí lo testimonian los guardias que han cuidado este inmueble construido en piedra, soberbios pilares de madera, paredes de bahareque con murales, y que han superado los avatares del tiempo. “Los fantasmas aparecen en las noches o en momentos propicios en que se siente miedo”, dice Calle.
Eso también lo cree una vecina de la calle Bolívar y General Torres, en el Centro Histórico, donde hay otra casona patrimonial que guarda misterios. En la planta baja funcionan negocios y los otros cuatro pisos están cerrados, empolvados y abandonados desde hace más de 30 años.
Los vecinos de la Casa de las Cruces cuentan que esta casona patrimonial ha pasado por limpias, rituales y hasta misas con sacerdotes, pero ningún arrendatario logra habitar más de un mes.
Hay más de 10 cruces blancas pegadas en los ventanales de vidrio y una más grande, casi en la visera de la casona patrimonial. En la misma cuadra, la dueña de un almacén de ropa mira con desconfianza esos signos y murmura: “nadie se atreve a entrar allí”.
Sus propietarios, en varios intentos por reabrir el inmueble, han realizado limpias, rituales y hasta misas con sacerdotes. Pero ningún arrendatario duró más de un mes porque viven situaciones extrañas como voces, corrientes de vientos que levantan la papelería, pasos fuertes… “No hay poder que se lleve los espíritus que están allí”, dice una vecina.
Ella también ha escuchado historias de apariciones que ocurren en la casona colonial de la Escuela Central, ahora de propiedad del Municipio de Cuenca y abierto como Centro Cultural. Los primeros dueños fueron una congregación religiosa que utilizó el inmueble como hospital para niños indigentes.
Los muertos se enterraban en el mismo lugar porque no había recursos. Cuando el Municipio restauró la casona los obreros encontraron osamentas de niños y de una familia completa, que fueron guardados en una cripta.
En los tres años que Daniel Pulgarín lleva laborando como técnico en el Centro Cultural ha visto sombras de dos niños en los balcones de la segunda planta. Él los mira fijamente y desaparecen. “No tienen mala intención y por eso no tengo miedo”, dice.
Según los guardias de seguridad del Centro Cultural, por las noches se ven pasar espectros.
En otra ocasión vio en el ascensor a una señora con el cabello recogido, llevando a sus dos niñas de la mano y enseguida se difuminaban en sombras. Las luces se encienden o se apagan y las puertas se cierran con seguro, sin encontrarse nadie adentro.
Patricio Piña tampoco le teme a ‘Panchito’, un fantasma que asegura pasa en la planta alta del restaurante Pavón Real, donde labora 20 años, a una cuadra del Centro Cultural. En una ocasión encontraron un escrito en la pared de un cuarto con la frase “Aquí vive Panchito”.
Él ha visto su sombra y ha escuchado que otros niños les dicen a sus padres: “me voy a jugar con el niño que está arriba”. Piña recuerda que hace algunos años, una empleada aseguró haberlo visto en el pasillo jugando y se asustó tanto que nunca más regresó a laborar.