Los cuatro estibadores fueron enterrados ayer, 25 de abril, en Manta y el cantón 24 de Mayo. Ellos fallecieron el miércoles último, tras la fuga de gas amoníaco en el barco atunero Betty Elizabeth, en el puerto de Manta.
Los cuerpos de Javier Menéndez y Verísimo Rosado fueron llevados al cementerio Jardines El Edén, y el de Simón Bolívar Mero Arcentales fue al Parque de los Recuerdos.
Mientras tanto, el estado de salud de los cuatro heridos de gravedad aún es reservado. Ellos están en la Clínica El Sol. Otros 32 afectados que estaban en el hospital Rafael Rodríguez Zambrano fueron dados de alta.
Entre los estibadores hay muchas interrogantes sobre los accidentes que terminan con la vida de sus compañeros. José Cedeño trabajó hasta hace cuatro años como estibador. “El trabajo dentro de un barco atunero es muy serio, hay que ser muy cuidadoso especialmente cuando se está cerca de las tuberías del gas amoníaco, un mal paso le puede costar la vida”.
El armador pesquero Raúl Paladines asegura que las compañías deben capacitar a los estibadores con más rigurosidad. “Cuando los barcos están en alta mar nunca suceden estos inconvenientes, siempre se han registrado cuando están acoderados y se hace la descarga de pescado”.
Paladines comenta que las entidades marítimas efectúan controles de seguridad continuamente. “Los conductos de amoníaco son muy seguros, cuando hay maniobras ligeras se vienen las tragedias”.
Hasta 1 990 no había estos siniestros y tampoco había barcos industriales, porque todo era artesanal. Los accidentes empezaron después cuando se incrementaron los volúmenes de descarga de 50 000 a 300 000 toneladas anuales.
El expresidente de Autoridad Portuaria de Manta, Mario Coello, coincide con Paladines. “Las tareas de descarga deberían estar asistidas por expertos que vigilen las maniobras en la zona de bodegas; ahí ocurren todos los problemas. Las seguridades existen, pero hay descuidos de quienes manipulan los equipos”.