Mónica Ojeda, escritora guayaquileña. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
El viernes pasado la escritora guayaquileña Mónica Ojeda estuvo en Quito para la presentación de ‘Caninos’, un relato publicado por Turbina Editorial. Un par de horas antes de la presentación, en el Fondo de Cultura Económica, la autora de ‘Nefando y la ‘Desfiguración Silva’, conversó con este Diario sobre su literatura.
En su primera novela habla de Giannela Silva, un personaje ficticio que fue parte de los Tzántzicos, un grupo poblado de hombres. En el mundo literario actual la presencia de las mujeres es más fuerte, ¿eso significa que hay más equidad?
Siempre ha existido presencia de mujeres en el mundo de la literatura y el arte. El problema es que se las ha borrado de la historia. En los Tzántzicos sí hubo mujeres que publicaron en Pucuna pero la verdad es que no se habla de ellas. Si hacemos un revisionismo, solo pensando en las editoriales independientes, no hay equidad. Hay nombres de mujeres pero es abrumador el nombre de hombres publicando.
Una de las características de su narrativa es el uso poético del lenguaje incluso para hablar de las cosas más perturbadoras. ¿Qué poetas frecuentan sus lecturas?
Es verdad que soy una lectora muy hambrienta de poesía. Me gusta mucho leer a Edmon Jabés, Raúl Zurita, María Auxiliadora Álvarez, Mario Montalbetti y Blanca Varela. Leo, posiblemente, a más poetas que a narradores ecuatorianos. Quizás ese gusto se deba a que mi interés literario siempre está girando en torno a un trabajo que lleve el lenguaje al límite. Cuando escribo me gusta extender o jugar a saltar ese borde.
Su literatura también está poblada de referencias cinematográficas incluso varios de los personajes de la ‘Desfiguración Silva’ se embarcan en discusiones sobre las relaciones entre cine y literatura.
Todo depende de la temática de la novela. En la ‘Desfiguración Silva’ los personajes eran universitarios que estaban imbuidos en el mundo del cine. Sus referentes y sus formas de ver el mundo siempre estaban marcadas por este gusto. En ‘Nefando’ aparece la porno novela de Kiki Ortega, un pastiche del género erótico/pornográfico. Por esos están esas referencias en mis novelas.
Uno de sus personajes de ‘Desfiguración Silva’ dice lo siguiente: Hay que reducir las cabezas de los intelectuales quiteños y encogerlos hasta que adquieran el tamaño real sus ideas. ¿No le gustaría aplicar esa idea en un plano más general?
Es algo tentador. Nunca he pensado en hacerlo pero en lo que sí he reflexionado es que en el mundo de las letras y en el de otros ámbitos artísticos nos falta bastante humildad. Ese fragmento que leíste se nutre del ideario Tzántzico, de la reducción de cabezas.
‘Nefando’ resulta a ratos una novela perturbadora. ¿Sintió esa perturbación mientras la escribía?
Sí, sobre todo, porque navegué en la Deep Web y estuve investigando mucho sobre pornografía infantil y maltrato animal. Mi experiencia previa a escribir ‘Nefando’ fue una dura y escribí contaminada de eso. Me parece coherente que el lector también sienta esa perturbación.
¿Cree que ‘Nefando’ más que hablar del abuso sexual es una historia que hurga en los orígenes de ese mundo del que nadie quiere hablar?
Uno de los temas centrales de la novela es el abuso infantil pero la novela trabaja sobre el daño a los cuerpos y sobre los conflictos que tienen que ver con la experiencia corporal. Todos los personajes de ‘Nefando’ han tenido experiencias de daños psicológicos y físicos en su pasado. Lo han ejercido o lo han recibido. Son personajes que están lidiando con algo que les ha dejado huella. El abuso sexual es un tema tabú que incomoda y que todo el mundo prefiere evitar y es por eso que ocurre en las narices de nuestra sociedad. Los últimos casos que se han destapado en Ecuador son abrumadores. Dejar de hablar de ello no elimina el problema.
Entre esas cosas de las que nadie quiere hablar también está la existencia de espacios como la Deep Web, de la que también habla en su libro.
La Deep Web es esta zona del Internet no indexada que en los buscadores como Google no se puede acceder. Es la zona del Internet en la que estaba funcionando WikiLeaks, por ejemplo, y en donde hay pornografía infantil, venta de armas, de drogas, trata de personas. También se encuentran hackers y grupos revolucionarios de todo tipo. Los propios pederastas se han convertido en hackers para que nadie los encuentre.
Vino a Quito para presentar ‘Caninos’, un relato editado por editorial Turbina. ¿Aquí también hay un interés por narrar lo incontable?
Estoy pensado en lo que dice el poeta Enrique Verástegui sobre sodomizar la escritura, llevarla a la zona del tabú, a una zona en la que se tiene que trabajar con lo que es físico sin hacer este dualismo de alma por un lado y cuerpo por el otro. Para mí es importante entender que las experiencias de daño o de dolor que son corporales son también psíquicas. Creo que la escritura es una zona de revelaciones a través de la palabra, de algo que habita en mí y que es un silencio pero que en el momento de que la escribo se convierte en lengua y lo visualizo y hay una revelación. Mario Campaña en ‘Bajo la línea de flotación’ dice que estamos en el agua y siempre nos da miedo sumergirnos. A mí me gusta escribir tratando de sumergirme.
¿En ‘Caninos’ en qué mundo se sumerge?
‘Caninos’ tiene que ver con una experiencia familiar y una experiencia de la infancia. Hay una familia donde hay un padre que tiene una condición física y psíquica muy especial y todos se ven afectados por eso. Cuento cómo la familia trata de lidiar con esa condición y de entender cómo la víctima puede en algún momento ser victimaria.
Hace unos días Kazuo Ishiguro ganó el Nobel de Literatura, ¿qué es lo que más le atrae de su narrativa?
Me atrae su versatilidad. Eso es algo importante para mí en un escritor. Es un autor que es capaz de escribir una novela como ‘Nunca me abandones’ y otra como ‘Los Inconsolables’. En esa versatilidad eres capaz, como lector, de vislumbrar el intento de no repetirte. Pienso que es básico tener tus leitmotivs, pero hay que tratar de no quedarse en una zona de confort, tratar de que cada obra sea un universo y funcione por su cuenta.