Juan Carlos Pozo (centro) se ejercita en una caminadora, en el área de rehabilitación del Andrade Marín, del IESS. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
‘Fui el campeón de la Vuelta Ciclística al Ecuador en el 2014, sin saber que sería la última de mi vida. Hoy, a mis 28 años, me recupero de una cirugía al corazón. Reemplazaron una de mis válvulas de nacimiento por una mecánica.
Soy Juan Carlos Pozo, vengo de El Carmelo, donde se juntan Carchi y Sucumbíos. Pasé de ser un ciclista de élite a alguien que debe tomar medicinas hasta que muera, evitar ciertos alimentos y procurar no tener cortes, pues ahora mi sangre no se coagula normalmente, me puedo desangrar.
Hace un año no imaginaba que enfrentaría algo así y sobre todo que dejaría atrás las competencias, llevo 14 años en el ciclismo. Mi esposa Judith, con quien me casé hace dos años, cuestionaba “¿cómo un deportista se puede enfermar?”. Y yo pensaba lo mismo.
De titanio y carbono está hecha una bicicleta, pero también son los materiales de la válvula de 3 centímetros que ahora llevo en el corazón.
Ayer salí de mi última sesión de rehabilitación cardíaca, en el Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, donde me operaron el 5 de septiembre. Mientras me ejercito en una caminadora y en una bicicleta estática pienso que antes lo hacía en la carretera, al aire libre y sin limitaciones.
Todo cambió luego de ser el campeón de la Vuelta al Ecuador. De hecho, soy el último, porque después ya no se hicieron más ediciones. Este año se retomará la competencia en octubre, pero ya no estaré pedaleando entre mis compañeros de Coraje Carchense.
La bicicleta fue mi compañera desde niño. En ella iba al Colegio Nacional El Playón, en Sucumbíos. Un día, Juan Carlos Rosero, reconocido ciclista fallecido, nos invitó a entrenarnos. Fue más que un deporte… fue una puerta a otras ciudades, países y triunfos que hicieron resonar mi nombre.
Desde el 2016 empecé a decaer. Ya no rendía bien, luego de los entrenamientos me dolían el pecho y la espalda y se me nublaba la vista. Mi entrenador me recalcaba que debía cuidarme, comer y dormir bien para estar mejor. Yo lo entendía, eso hacía siempre.
No comía grasas, usaba poca azúcar, no tomaba alcohol peor aún consumía tabaco. Dormía temprano, siempre las 8 horas. Pero algo empezó a fallar. Pasó el tiempo y empeoré. Saqué una cita en el Hospital del IESS en Tulcán, en febrero. Me hicieron un electrocardiograma y exámenes básicos. Así llegó la noticia de que tenía un daño severo en la válvula mitral del corazón. Tenía que dejar la actividad física.
No abandoné la bicicleta por completo. Pasé de entrenarme de dos a cinco horas diarias, a entrenarme en casa unos 20 minutos. De recorrer entre 90 a 170 km a nada, porque lo hacía en una bicicleta estática.
Tras derivarme al Hospital del IESS de Ibarra, me dijeron que debían operarme porque el daño era irreversible.
Soy conductor en la Prefectura de Carchi. Un día, antes de ir a trabajar, salí de la ducha y sentí una punzada fuerte. Me vi en el espejo y un bulto grande sobresalía en la parte izquierda de mi pecho, estaba morado y hervía. El cinturón de seguridad me rozaba, el dolor era intenso. No pude más.
En el hospital me dieron medicamento. Todo se complicó y me enviaron al Hospital Andrade Marín, de Quito.
El doctor Xavier Morales, jefe del servicio de Cirugía Cardiotorácica y uno de los dos médicos que me operaron, planificaron todo para el 31 de octubre. Se adelantó y me intervinieron el 5 de septiembre. Ese día ingresé al quirófano a las 07:20. A las 14:30 salí y cerca a las 16:00 me desperté.
Me impactó verme conectado a máquinas, con oxígeno y suero. Tenía una sonda y un marcapasos. Antes no había pisado un hospital.
Sueño con hijos, que salgan en bicicleta. El deporte hizo de mi corazón un órgano fuerte, para soportar un mal que dicen se generó por una amigdalitis mal curada en mi niñez.
Mi corazón tiene la esperanza de seguir haciendo lo que me gusta; se aferró a ser ‘un motor potente’, aunque ya no lo era. Lo cuidaré más”.