Redacción Esmeraldas
Los frutos rojos resaltan en los patios del Centro de Rehabilitación Social de Varones de Esmeraldas.
Entre las matas, que miden un metro y medio, ochos personas recogen el picante. “Este es el ají tabasco”, dice con una sonrisa Luis Garcés, mientras muestra un puñado de bayas.
Para este campesino, de 54 años, trabajar en la huerta de la cárcel es una bendición. El olor de las plantas le recuerda a las parcelas de su natal Pedernales, en Manabí. Allí creció entre huertos de sandía, maracuyá, tomate… Es por eso que, hace un año, cuando los directivos de la cárcel preguntaron quiénes querían participar en el proyecto de producción de ají, el campesino de cabello blanco pasó primero al frente.
Desde julio de 2008, las horas de preparación de la tierra, la limpieza de semillas, la siembra de plantas y la cosecha han sido su mejor pasatiempo.
Recoge el ají, tras los muros de cinco metros en donde ha pasado tres de los 14 años a los que fue sentenciado por asesinato.
Garcés alega inocencia mientras retira las hojas secas de las plantas, aprovechando el sol. Sueña plantar las semillas en su terreno y poner en práctica lo que aprendió y preparar los abonos orgánicos, cuando obtenga su libertad. “El ají es una mina de oro. Mientras haya sol y agua habrá retoños”.
Jacob Montaño, de cabeza rapada, se siente un agricultor, aunque creció en la ciudad de Esmeraldas. Las horas en el huerto son una terapia, para este interno que lleva cuatro de sus 24 años de condena. “En el huerto te olvidas de todo”.
Montaño y 20 compañeros estuvieron durante seis meses en talleres sobre siembra y cultivo del ají. Recibió un puñado de semillas y las hizo germinar en un plato de plástico. Luego trasplantó las plántulas hasta sumar, con sus compañeros, dos hectáreas que florecen en la prisión.
En esta iniciativa también participa Proají, una empresa de acopio y procesamiento en Santo Domingo de los Táchilas.
Exporta el producto a una fábrica de tabasco en EE.UU. Ahí es procesado y embotellado, comenta un interno afroecuatoriano, que prefiere el anonimato.
Dice que la planta originaria de América se da en todo clima. “Si se planta en una parte baja hay que preparar una mesa de tierra, para evitar que las lluvias inunden los cultivos y se pudran. Pero si es en una loma, hay que hacer un hoyo junto a la mata para que ahí se concentre el agua de lluvia y no se seque”.
Si se tuviera más tierra podría trabajar más gente, comenta Mayra Neira, del Área Laboral del Centro de Rehabilitación Social. Hoy solamente un promedio de 10 a 20 internos remueven la tierra, abonan, riegan y cultivan el huerto. Esa es la demanda laboral de las dos hectáreas de plantas de ají, que cada 15 días produce seis quintales.
“La producción es rápida. Cuando la planta tiene un año produce cada semana y hay un mercado seguro”, señala Garcés. Por un día de trabajo, cada interno recibe USD 1. Esto, además, le permite acceder al programa de reducción de penas.
Ahora, durante la época seca, la falta de agua de lluvia tiene preocupados a los internos, que no disponen de un sistema de riego. Pero creen que como en diciembre pasado, cuando tuvieron la primera cosecha, el huerto les seguirá dando alegría.
Los internos recibieron la semilla gratis
La empresa Proají capacita y entrega semillas traídas de la empresa Tabasco, de EE.UU., a productores capacitados. Su meta es sumar 1 millón de kilos que es el cupo más alto que tiene la empresa.
Proají ha dictó dos talleres en el Centro Agrícola de Esmeraldas. Según Carlos Hernández, presidente del gremio, 80 representantes de organizaciones de pequeños productores recibieron semillas. El ají tabasco se cultiva en Esmeraldas, Santo Domingo, Manabí, Guayas y Los Ríos.
Según el Banco Central, en 2008 la exportación de ají tabasco de Proají fue de 44 000 kilos al mes. Este año, han salido 88 000 kilos (dos contenedores mensuales) rumbo a EE.UU., Alemania, Inglaterra y Japón..
Según la web del SICA, en el país están sembradas 400 hectáreas de ají tabasco. La cárcel de Esmeraldas presentó un proyecto al Ministerio de Agricultura para producir productos de ciclo corto y animales menores. La propuesta cuesta USD 150 000 e implica la participación de la mitad de los 428 internos de esa prisión.