Hoy, como diría Gioconda Belli, me duele una mujer en todo el cuerpo…, no; me duelen varias mujeres en todo el cuerpo. Me refiero a Íngrid Betancourt, también a Gloria Cuartas y a Piedad Córdoba, e incluso a muchas otras, más anónimas y menos mediáticas, quienes, tan pronto toman la palabra con seguridad, tan pronto se atreven a no seguir exiliándose en los imaginarios masculinos, tan pronto emiten opiniones sobre temas tradicionalmente asignados a los varones tales como la guerra y la paz, la economía y en general la administración del mundo, son calificadas de arpías, de ignorantes, de traicioneras, de brujas -calificativo que a mí personalmente me encanta- o de feministas, ignorando que el feminismo es una apuesta ética y política.En fin, lo que quiero decir a todos aquellos que juzgan y satanizan a estas mujeres es que deberían tratar mínimamente de conocerlas, de hablar con ellas. ¿Por qué no abrir, por ejemplo, el último libro de Íngrid sin preconceptos, sin prejuicios y empezar a leerlo para darse cuenta de que una mujer habla de la guerra y mucho más allá, de la lógica de la guerra, de esta lógica de muerte, de humillación, de deshumanización? Una mujer que habla de dignidad y de ética, de lo que puede significar seguir siendo mujer en medio de tanto horror. ¿Por qué no escuchar las voces de las mujeres cuando hablan de la guerra y de la paz?Las mujeres pueden equivocarse, por supuesto que sí, y es justamente esto lo que las hace más humanas y sus voces, más certeras. Sí, como todos, nos hemos podido equivocar. Ese derecho no es exclusivo de los hombres, lo tenemos también las mujeres y lo he dicho varias veces: soy feminista con el derecho a equivocarme. Y, probablemente, es lo que le da fuerza a mi feminismo. En este sentido, nos ha acompañado varias veces esa frase tan bella de J. L. Borges “hay una dignidad en la derrota que la ruidosa victoria no merece”. Justamente, esta dignidad ha permitido a las mujeres sobrevivir en un mundo tan patriarcal.Escuchar a los patriarcas de altos rangos legitimar la guerra y abordar este conflicto ancestral con la misma mirada de siempre, o declarar que el aborto es un delito de lesa humanidad e incitar a los ciudadanos y a las ciudadanas a no cumplir con la ley, como lo está haciendo otro patriarca, genera en nosotras más dignidad, más fuerza para seguir el camino abierto hacia la construcción de otro mundo posible. Otro mundo en el cual las voces de las mujeres sean reconocidas y escuchadas con humildad y seriedad. Como lo dice tan bellamente Hélène Cixous, la mujer arrastra su historia en la historia. A este precio que queremos vivir con ellos en un mundo que acepte la angustia del ajuste de nuestras relaciones, a sabiendas de que no serán siempre armónicas ni anunciadoras de un paraíso perdido, sino concurrentes y antagónicas a la vez. Es a este precio que podremos seguir enriqueciéndonos.