El horror y el dolor de lo sucedido en El Cristo de Consuelo en Guayaquil no justifica una suerte de “ locura política “ en el país. Es indispensable, en primer lugar, aclarar que las múltiples declaraciones políticas del gobierno no alivian ni remedian los daños, así como tampoco que la voz municipal desligue un caso terrible y doloroso de los intereses electorales inmediatos.
Salvo el criterio experto en la materia, es necesario advertir ciertos actos que enmarcaron en los dos últimos siglos el fenómeno espantoso y cruel del terrorismo: 1.- un objetivo destinado a causar daño y producir pánico generalizado en la población civil y 2.- un propósito ideológico, religioso o político inmediato.
De aceptarse estas premisas anotadas habría que separar el fenómeno terrorista del crimen político y de los efectos de una sublevación violenta. En el caso que alarma a Guayaquil, no debiera anotarse por experiencias históricos similares a las variadas desestabilizaciones intentadas desde el retorno a la democracia para superar la barrera política e inscribirse e en la tenebrosa lista del terrorismo.
Por eso, no terminan de entenderse las primeras reacciones de representantes del gobierno sin aclarar: ¿Para qué y para quién? .
Dados los antecedentes se impone que los representantes el gobierno, cierren el micrófono y actúen con la experiencia y la destreza que la urgencia de la circunstancia amerita.
Es posible sin la perniciosa publicidad se convoque a los representantes de las tres funciones del Estado y acuerden un plan en defensa de la ciudadanía. Que se recuerde las precauciones estratégica y tácticas que se aplicaron en las alturas delCenepa, así como el proceso exitoso de unidad nacional que lideró el presidente Sixto Durán Ballén
Para alcanzar una gran concertación será necesario un estudio de antecedentes, plan y ejecución de tareas, procedimientos de comunicación y etapas de evaluación.