Las secretarias y las peluqueras son las dueñas de todos los secretos, por eso le encargué a una amiga que pregunte en la peluquería ¿qué se dice de la recolección de firmas para una posible revocatoria del mandato? Unos días después me dijo mi amiga peluquera que todas las señoras dicen lo mismo: “yo sí quisiera firmar pero tengo miedo; como es tan atrabiliario vaya a tomar represalias; todos los datos dizque quedan registrados, imagínense que vayan a querer confiscarme lo que tengo’”. Le conté esta historia a un amigo economista y, con toda espontaneidad, me soltó: “si hasta yo tengo miedo’”.
Tomaba café con tres amigos abogados, correísta uno de ellos, y después de contarles esta historia les pregunté si se proponían apoyar con su firma la petición. “Yo no firmo tonterías”, contestó el correísta, “al que me venga con esa tontería le mando pateando” (fíjense qué correísta). Los otros amigos dieron argumentos gemelos: “No vamos a firmar porque eso es, justamente, lo que quiere Correa, que le den la oportunidad de una nueva victoria electoral; los que recogen las firmas trabajan para Correa”. Aproveché esa argumentación para decirle al correísta que le correspondía firmar a él ya que ha sido a favor de Correa’
Para expiación de mis pecados, sintonicé la anterior cadena sabatina y me quedé sorprendido al escuchar un argumento de dos puntas. Por una parte advirtió a los ciudadanos que no firmen nada porque era un engaño, que estaban recogiendo firmas para la revocatoria diciendo que es para el censo. Pero por otra parte decía que ojalá consigan las firmas porque así tendría la oportunidad de darles otra paliza en las urnas.
Cuando me pregunten a mí diré que soy demócrata y que un pelo me queda de anarquista. Por demócrata sé que el miedo es un animal nocturno que sale en las tinieblas de las dictaduras y nunca sale en los días luminosos de la democracia. Por el pelo que me queda de anarquista, no podré evitar la tentación de darles, a los inventores de la revocatoria, una cucharada de su propia sopa. La revocatoria, dicen los Bienpensantes, es la última estrategia diseñada para resolver la gobernabilidad, estrategia que funciona bastante bien en los regímenes parlamentarios. Los Malpensantes sostienen que es una estratagema diseñada para después de los 300 años de la revolución ciudadana, cuando tengan que atarles corto y hacerles la vida imposible a los adversarios; lo mismo que las veedurías ciudadanas, el derecho a la resistencia y otras linduras que hay en la Constitución y que ahora parecen insulsas e inservibles pero cuya eficacia lo veríamos cuando alguien pretenda gobernar.
Puede ser que no recojan las firmas, y si las recogen, puede que no las califiquen; y si las califican, puede que no ganen; y aunque no ganen, puede que tomen represalias. de todos modos serviría para saber cuántos temerarios quedamos.