La casa ubicada en la calle Junín E 1-21 y Montúfar es de estilo colonial. La fachada es crema con filos blancos. Las ventanas son de madera y los balcones de hierro forjado. La puerta principal es de roble grueso y en la entrada hay una gruta de piedra redonda, donde reposa una imagen de San Francisco de Asís. Arriba hay dos ángeles pintados con alas celestes.
El patio principal tiene 60 m2, hay plantas de varios tipos, un huerto donde se siembran hortalizas, tres terrazas desde donde se ve el casco colonial, 15 habitaciones, dos salas y una capilla.
Esa es la estructura de la casa que Yolanda Cadena donó, el viernes pasado, a los franciscanos. Ellos la restaurarán para que funcione el museo de los pesebres, que será cuidado por las hermanas clarisas. Cadena viste un vestido largo floreado, que le llega hasta el tobillo y usa zapatos negros de suela baja.
Antes de conversar, muestra la foto de su padre que reposa en la parte más alta de la sala.
“Nací en la ciudad de Riobamba, un 22 de diciembre de 1939. Mi padre fue el coronel Alejandro Cadena Larrea y como era militar cambiaba de ciudad constantemente. Para mí fue molestoso estudiar en la primaria, porque tenía que adaptarme y cambiar de escuela. Viví en Ambato, Quito, Cuenca e Ibarra”.
Todos sus estudios los realizó en colegios religiosos. Estuvo en La Providencia, luego en los Sagrados Corazones, de ahí en La Providencia de Ambato y terminó sus estudios secundarios en el colegio nocturno Panamericano, porque a los 18 años empezó a trabajar en un banco.
Recuerda que cuando la casa estaba en venta hubo algunos compradores. Sin embargo, dice que los dueños se la vendieron a su padre en 1964, por su seriedad. “Cuando él adquirió la casa estaba deteriorada, pero se aficionó por la ubicación y por el estilo. Recuerdo que los pisos estaban levantados, el techo inestable y peligroso, el papel tapiz de las habitaciones descolorido y los patios deteriorados”.
El Coronel la restauró de a poco, pero por su profesión, viajaba mucho y no terminó de remodelarla. Ella es hija única y recibió la casa de herencia, cuando tenía 25 años. Continuó con la remodelación de la infraestructura.
“Hice un préstamo al banco, no recuerdo la cantidad, pero era bastante dinero. Bajo mi dirección cambié el piso, las paredes se enlucieron de nuevo y construí una tercera planta donde instalé una capilla”. En ese tiempo las casas tenían los techos altos.
El del segundo piso era de 7 metros y, por eso, ella aprovechó ese espacio donde ahora hay una capilla con púlpito, bancas, un crucifijo y ángeles.
Para ella, Dios es amor, ternura y compartir con los demás engrandece el alma. Por eso donó su casa a los franciscanos. Entre las cosas que la motivaron fue un pedido de su padre.
“En su lecho de muerte (1992), me dijo que la vivienda debía ser entregada a alguna comunidad”. Reconoce que es una persona muy creyente, por eso, en la casa tiene una gruta hecha con piedra que trajo de un río de Sangolquí.
También hay una capilla en el tercer piso y cuadros como uno del Corazón de Jesús, que era de su padre. Ahora, su voluntad es que esta casa sirva para que los franciscanos construyan allí el museo de los pesebres.
“Para mí, el desprendimiento no es tan doloroso, lo importante de estas fechas es compartir”.