Día de clases, perdido. Los estudiantes, de casa en casa, pidiendo la colaboración para el Yasuní, bien escoltados, eso sí, pero no muy convencidos. ¿Qué enfermedad grave tendrá el señor Yasuní que necesita de una colecta solidaria?, decía por ahí una señora. En la Constitución está prohibida la limosna, decía otra. ¿Qué irán a hacer con esa plata recogida?, decía otra más. Alguno hasta se negó a colaborar, porque acá, en estas tierras amazónicas, colaborar para que no entren las compañías suena como a cavar la propia tumba. O como escupir al cielo: sus padres, sus tíos, sus hermanos, trabajan en las compañías… o en las empresas de servicios petroleros… todo eso suena bien en Quito, tras los escritorios de ecofuncionarios. O en Durban, en los foros de cambio climático. Pero acá no. Acá la mayoría de gente vive o sobrevive del petróleo, su esperanza está en las rentas petroleras, y ahora, en los excedentes y utilidades que se supone se destinarán a las juntas parroquiales y gobiernos autónomos. El crecimiento de la ciudad se debe al incremento de las actividades del petróleo. Triste.
A la colecta oficial se suma un juego de video que consiste en que un indio, desnudo y con plumas, dispara y elimina a personitas de casco blanco y traje azul, es decir a obreros del petróleo. Así, resulta ofensivo para alguna gente de acá, incluidos los kichwas que trabajan largas jornadas sin descanso y también, los huaorani que trabajan en varias de las empresas, visten ese uniforme y casco, que ahora, hasta tienen una: Omeke, un consorcio integrado por Sertecpec y Cantárida que se apunta a la explotación del campo marginal Armadillo.
Ojalá los dineros de la colecta sirvieran para sanar en algo ese parque enfermo… para evitar que se abran más ramales en la vía Auca, evitar la expansión de la frontera agrícola, controlar la tala ilegal de madera, ordenar esa colonización desordenada, formar guardaparques de verdad, en lugar de gastarlo en pegatinas, pulseras, souvenires, postales y juegos cargados de estereotipos donde el más bueno es aquel que más obreros petroleros se baja a punta de bodoquera. Ojalá sirvieran para dar albergue a los huaorani que vienen a Coca a deambular pidiendo posada, comida, medicinas o camisetas y reclaman, con justa razón, que todo el mundo se llena la boca y los bolsillos a costa de ellos y para ellos, no queda nada más que la mano tendida para recoger sobras.
Ojalá sirviera para guardar el patrimonio de los antiguos habitantes de la selva. Ojalá sirviera para tender puentes entre los distintos actores, sin estigmas ni estereotipos, para dar becas, para formar gente, para construir espacios de diálogo en los que se pueda enfrentar el futuro, hoy, antes de que haya salido la última gota de la baba negra del petróleo.