Esta elección en Perú resultó del todo sui géneris e inesperada. Seis meses atrás habríamos considerado imposible que el co-autor del ‘Perfecto idiota latinoamericano’ celebre sobre la tarima el cierre de campaña, de quien hasta hace poco podría haberse coronado como el rey de aquella especie endémica. Así también hubiera resultado inverosímil creer que su propio padre abogaría con convicción por la candidatura de quien celebraba con furia los regímenes castrista y chavista, consideraba a los homosexuales delincuentes, defendía con vehemencia el poder del Estado para controlar a los medios, evocaba el poder del Tahuantinsuyo y planeaba anular a discreción los TLC.
Pero la metamorfosis se dio a pulso. La furiosa diatriba refundacional dio paso a un discurso reformista moderado, y las palabras del nacionalista radical fueron de a poco transformándose en apelaciones a la inclusión social y a la corrección de las fallas del modelo. Fue crucial pasar de la negación antisistémica del boom peruano al reconocimiento tácito de sus éxitos y la morigeración de su discurso.
Es probable que sin la intervención de Mario Vargas Llosa y de Alejandro Toledo y su equipo, junto con la impecable asesoría brasileña, Ollanta, militar en retiro y persona con antecedentes cuestionados de respeto a los derechos humanos, no se habría posicionado como la alternativa democrática ante el riesgo de violaciones constitucionales y recuerdos oscuros del fujimorato.
Mientras Keiko fue incapaz de deslindarse de sus orígenes y su pasado, Humala supo rehacerse a la perfección y convertirse en el candidato capaz de vencer al reencauche de Fujimori. Un éxito considerando los temores que había generado el polémico personaje y que valieron a Alan su segundo período presidencial.
Así Humala, obediente con sus asesores, ha resultado ser un zorro político en este proceso. Eso le costará tragar silenciosamente durante su período presidencial la mayor parte de teorías esotéricas que mantuvo durante años, pero le valdrá probar a los inversionistas asustados y a la élite peruana, que a la hora de la hora, los gobernantes más valen por sus acciones, que por la retórica que ardorosamente inventaron.
Hoy el Presidente electo se encuentra ante la mayor disyuntiva de su vida: ser fiel a sus convicciones –erradas y estrafalarias–y destruir el camino andado por el Perú, o convertirse en el izquierdista moderno y maduro –a la usanza de Lula o Mujica- capaz de hacer un gobierno de concertación e implementar los ajustes necesarios para darle mayor equidad.
La alianza con Toledo y su equipo, las declaraciones iniciales mesuradas y la reconfirmación de que se mantendrá el modelo económico, son señales de que talvez Humala no es el cuco que él mismo imaginó.