Pocas teorías sobre cómo empezó a existir algo llamado “Estado” me han impactado tanto como la de Charles Tilly. Su tesis es que el Estado moderno tiene sus orígenes en los señores de la guerra que chantajeaban a la población ofreciendo seguridad y protección por un pago. Con el tiempo, los señores de la guerra se fueron consolidando en espacios territoriales y se convirtieron en señores, nobles o monarcas que asentaron su poder en ese mismo negocio: la seguridad y protección se unió a la defensa del territorio que luego fue la nación y el pago se convirtió oficialmente en un impuesto o tributo. Así, desde el Imperio Romano, hasta la Edad Media, todos entendían que eso a que llamaban Estado. El Estado –bajo cualquier forma de gobierno, sea monárquica o republicana- había sido creado bajo el pretexto de dar protección y seguridad a sus habitantes y por tanto era lo mínimo que podía ofrecer.
Entonces, no hay nada más importante para un Estado que garantizar la seguridad y protección de sus habitantes. Todo lo demás es irrelevante si esto no se cumple. No importa si ese Estado ha aumentado su contextura, o tiene muchas empresas públicas, o maneja bienes de exportación importantes como el petróleo. En la práctica, ese Estado ha dejado de tener sustancia, relevancia o, peor aún, transcendencia. Le pasó un tiempo a Colombia, le pasa cada vez más a México y Guatemala que están dando palos del ciego al respecto, pero los están dando. Le pasó esta semana al Reino Unido, donde el país se unió para detener la ola de violencia con fuerza.
Le pasó también a Noruega donde la dureza del ataque de un extremista terminó con un llamado a fortalecer la democracia y los mecanismos de protección, a pesar de ser un país donde los niveles de violencia eran mínimos.
Es muy fácil mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Por eso me pregunto ¿qué va a hacer el Ecuador con su propio problema de violencia?
A juzgar por el discurso presidencial del 10 de Agosto, las prioridades gubernamentales son otras.
Si bien el Gobierno acude a un discurso de izquierda que incluye el fortalecimiento del Estado, nada ha destruido más al Estado que la falta de protección y seguridad para sus habitantes. Nada. Ni siquiera las políticas de la larga noche neoliberal.
El Estado se desmonta con cada muerte, con cada asalto a mano armada, con cada crimen realizado por bandas internacionales y nacionales. El Estado es ya un monstruo que ya no cuida, ni protege, que ha dejado a sus ciudadanos a su suerte.
El Gobierno de la revolución ciudadana ha dado todos pasos para que lleguemos a este punto, desde su liviana política sobre visados hasta el escaso apoyo a la institución policial, pasando por los agujeros negros en inteligencia con Colombia.
Nunca es tarde para enmendar y corregir errores, si hay verdadera voluntad política, porque sin protección, no hay Estado.