Las voces de los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso, Jimmy Carter, César Gaviria, Alejandro Toledo, Joe Clark, entre otros; de escritores como Fernando Savater, Rosa Montero, Jorge Volpi, Héctor Abad Faciolince, Fernando Iwasaki, entre muchos más, seguramente también forman parte de esos reclamos interesados que el Gobierno no está dispuesto a escuchar.
¿Hasta dónde llegará el estado de negación del que hace gala el correísmo frente a la avalancha de críticas mundiales por las descomunales sentencias contra diario El Universo, sus directores y el periodista Emilio Palacio, así como contra los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita?
Mientras el mundo les recuerda de modo insistente que en la base de la convivencia civilizada están la tolerancia y la libertad de opinión y de expresión; que la concentración de poder y el autoritarismo lesionan gravemente las libertades civiles, los gobernantes no hacen sino repetir argumentos que quizás funcionan para la política local pero que resultan inaceptables en el entorno mundial.
Está claro que no estaban preparados para una reacción de tal magnitud. La táctica de salir a copar espacios en los noticieros locales y de poner a los embajadores a refutar las opiniones de medios y organismos en todos los países donde éstos se producen, servirán de muy poco. Además, el Canciller, al igual que otros diplomáticos, se ha acostumbrado tanto a escucharse a sí mismo que se exaspera frente a la inquietud de la Unión Europea o a la decisión del Gobierno de Panamá de dar asilo al Director de El Universo.
Prevalidos de un innegable poder interno, y acostumbrados a protagonizar desplantes diplomáticos, olvidaron que las percepciones internacionales, si bien se van construyendo poco a poco, una vez armadas tardan mucho en desmontarse.
Organismos globales y regionales, organizaciones, gremios y medios de todo el planeta ahora perciben claramente el talante de los gobernantes ecuatorianos, algo que también perciben internamente quienes no solo esperan las indispensables obras físicas sino también un ambiente institucional sano y una conducta democrática desde el poder.
Es innegable que las tensiones en el país han llegado muy lejos, y que uno de los responsables es el Presidente de la República. Pese a tener junto a él a un gran predicador de la tolerancia y la paz, como su Vicepresidente, no ha sido capaz de imbuirse de tranquilidad y dejar de poner por delante el ímpetu que ya le ha jugado malas pasadas y que lo sigue traicionando cuando llama a los puñetes a sus rivales en Guayaquil.
Siempre es más fácil culpar a los demás e inventar sofisticadas teorías sobre la conspiración como esas que ya forman parte del ADN del correísmo, pero también es bueno escuchar y aprender, es decir, madurar, aunque el daño ya esté hecho. De lo contrario, ni siquiera el supuesto “perdón” servirá para nada.