Si nos preguntáramos sobre el sentimiento que predomina en la mayoría de ecuatorianos frente a los acontecimientos públicos, talvez tendríamos que responder que es el de la indiferencia. Indiferencia ante los constantes atropellos al sistema jurídico. Indiferencia ante el debilitamiento y la destrucción de las instituciones. Indiferencia ante la manipulación judicial. Indiferencia ante el discurso maniqueo que nos divide en buenos y malos y denigra a quienes piensan diferente. Indiferencia ante el servilismo degradante. Indiferencia ante el abuso del poder y el dispendio de los recursos estatales. Indiferencia ante los actos de corrupción. Indiferencia ante la mentira, el cinismo y la impunidad…
El italiano Antonio Gramci, fundador del partido comunista de su país y condenado a la cárcel por el régimen fascista, fue una de las cumbres del pensamiento marxista del siglo pasado. En un escrito de juventud, titulado ‘Odio a los indiferentes’, que publicó el 11 de febrero de 1917, condenó con dureza y acritud esa indiferencia. En ese texto, muy corto, reconoció el peso de los indiferentes en la política y afirmó que “quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida”, y opera, contrariando la creencia general, “con fuerza en la historia”. “Opera pasivamente, pero opera”, concluyó.
Los hechos históricos, afirmó Gramci con evidente pesimismo pero con lucidez, ‘maduran en la sombra’, tras bastidores, manipulados por una minoría, ante la ausencia y el escepticismo de la gran masa de indiferentes. Creer que son controlados e impulsados por el azar o por la fatalidad es aceptar una ‘apariencia ilusoria’. “Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de los hombres ignora, porque no se preocupa”.
Las reflexiones de Gramci, quizás muy poco ortodoxas, ratifican que el ser humano -individual y colectivamente- persiste en cometer una y otra vez los mismos errores. Es incapaz de recoger las enseñanzas que la insegura búsqueda de soluciones para sus necesidades y sus angustias va dejando en el camino. La indiferencia de ayer es igual a la de hoy. “Lo que ocurre -escribió con rebeldía- no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada podrá cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar”.