La historia política de América Latina ha estado marcada por dos fenómenos que han conducido a sus pueblos a un pavoroso reciclaje: caudillismo y militarismo. Sin embargo, existe un caso histórico que logró desarrollar una estabilidad por más de 50 años que es el caso del Partido Revolucionario Institucional.
Este partido organizó al México contemporáneo luego de la revolución que derrocó al régimen de Porfirio Díaz y superó las peligrosas luchas de los caudillos revolucionarios que, al decir de Octavio Paz, amenazaban con repetir la experiencia de muchas naciones de América Latina: de la anarquía a la dictadura y de la dictadura a la anarquía.
¿Cuál fue el secreto para haber logrado la estabilidad, incluso a costa de una real democracia? Al parecer la no reelección presidencial. De esta manera el caudillismo vernáculo por azteca, árabe y español no se perennizaba como sucede en varias naciones donde las fórmulas neopopulistas que no garantizan el orden institucional del futuro. Basta señalar, por ejemplo, que en el Ecuador el Dr. Velasco Ibarra, era presente y nunca porvenir. El problema es que nada ha cambiado.
El ejemplo es útil para comprender que en Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Ecuador, la experiencia revolucionaria del siglo XXI se agotará cuando el líder o caudillo desaparezca física o políticamente. Son regímenes que debido a un extraño virus no reproducen con igual vigor a sus crías y, más bien, se devoran a sí mismo como el monstruo que imaginó Jorge Luis Borges.
En México, en la era del PRI, el presidente era un amo del escenario nacional solo hasta el fin del mandato. Luego un ‘tapado’ escogido por un cónclave del mismo partido instauraba al sucesor con iguales facultades. De esta manera fue una escuela para los candidatos a la sucesión y el poder se compartió entre el presidente y el partido. Un equilibro o contrapeso ausente de otras realidades donde el partido o movimiento no pasa de ser una maquinaria organizada para el respaldo al mandatario y carece de poder; solo son protagonistas de fiestas previamente organizados por otros.
En el caso ecuatoriano basta observar el actual panorama preelectoral para precipitarse en un pesimismo respecto al futuro: o se soporta la reelección indefinida, o surge como alternativa el ensayo de algún modelo de incierta aceptación en un electorado atosigado por la megacampaña oficial.
Recordar la experiencia del PRI produce vientos encontrados. México no fue un modelo de democracia, pero sí de estabilidad. Fue un proceso duradero para salir de los peligros de la anarquía y de la dictadura. Es muy difícil su repetición en otras latitudes que, en el siglo XXI, deberán buscar fórmulas que logren sostener el Estado de Derecho para un pueblo que le quitaron la representación por una falsa participación. Le dan de comer pescado pero le expropiaron la caña de pescar.