Para nuestros entusiastas reformistas, la aplicación de las evaluaciones estandarizadas es un “hecho histórico” y una novedad del siglo XXI, sin embargo es un cuento viejo para otras latitudes. Es una experiencia correspondiente a una propuesta de escuela del siglo XIX. Sí, efectivamente las primeras evaluaciones estandarizadas se tomaron en 1840 en los Estados Unidos.
Desde esos días mucha agua ha corrido… Los pedagogos han tenido tiempo para evaluar dichas evaluaciones. Obviamente hay aplaudidores, pero también críticos. Todos ellos con posturas ideológicas y políticas divergentes. Los unos sintonizados con una escuela y universidad que generen obreros, tecnócratas y científicos eficientes, pragmáticos ligados a la acumulación y reproducción del capital, los otros apostando a una educación que forme hombres y mujeres integrales, no ajenos a la técnica pero con formación humanista, seres libres y transformadores, que aporten a modelos de economía y sociedad prósperos, justos y democráticos.
Las pruebas estandarizadas reforzaron la propuesta de una escuela creada a imagen y semejanza de la fábrica engarzada a un sistema capitalista en expansión cuyo motor era la producción industrial en masa orientada al consumo en masa.
Este paradigma de inicios del siglo XX bautizado como “fordismo” demandaba de una producción estandarizada concebida como una cadena de montaje, así como de sujetos uniformes, consumidores y eficientes. En esta línea la escuela copió estos métodos fabriles, la “cadena de montaje”, que al final del proceso debía entregar determinados “productos” listos a ingresar al engranaje de la producción y el consumo. A su vez en su gestión esta escuela debía promover el concepto clásico del capitalismo: “el juego del mercado”. Las pruebas estandarizadas debían incentivar la “competencia” entre estudiantes. La comparación de las notas y el “estímulo” a los “mejores” alumnos debían convertirse en incentivos para el mejoramiento del rendimiento escolar.
Los críticos de este modelo señalan que la escuela no es una fábrica y que la educación no produce “cosas” ni mercancías homogéneas, sino que forma seres humanos con sus ritmos, diferencias e inteligencias múltiples. Investigaciones de la George Washington University, señalan que las evaluaciones estandarizadas “solo ejercen un efecto positivo en un porcentaje mínimo (en aquellos que pueden obtener buenos resultados); la mayoría de los estudiantes percibe las evaluaciones como una presión excesiva, en algunos casos inmanejables”. Son experiencias antipedagógicas, generadoras de estrés, depresión y exclusión social.
¿Hecho histórico? ¿Positivo o negativo? Depende del lente con el que se mire. Lo cierto, estamos en plena lucha de sentidos de la educación ecuatoriana: Neofordismo vs. enfoque de derechos.