Mientras las economías europeas cojean de ambas patas, Brasil florece y Sao Paulo en particular se enorgullece de sus avances: calles, carreteras, infraestructura turística, agricultura, industria, comunicaciones y todo lo que se necesita para darle la bienvenida al Mundial de Fútbol en 2014. Sao Paulo tiene sabor y olor a centro del mundo y los paulistas lo saben perfectamente. Sus élites mencionan, con merecido orgullo, una portada de una revista inglesa (The Economist) -de hace un par de años, en realidad- en la que el Corcovado (que, aunque quede en Río de Janeiro, sigue siendo uno de los símbolos de la magia brasilera) despega como si se tratara de un cohete: arranca hacia el cielo a llamarada pura y deja una estela de humo blanco. Los paulistas hacen cuentas. Barajan cifras: PIB, productividad, niveles de endeudamiento, rankings de las economías más grandes del mundo -parece que Brasil ya es una potencia mayor que Gran Bretaña- balanza comercial y de pagos…
Lejos de las calculadoras y de las mesas de los directorios, de los vestíbulos de los hoteles, de las conferencias y de las convenciones, Sao Paulo continúa palpitando y destilando adrenalina tropical. Cifras más y cifras menos, los hinchas del Corinthians -líder del torneo estadual llamado “Paulistao”- se preparan para enfrentar al Guaraní en un partido vital. No importa que esa tarde llueva de forma pertinaz, como dice siempre la prensa. No importa que el estadio no esté lleno, los hinchas (la palabra técnica es torcedores) no paran un minuto, camisetas blancas y negras, (muchos van a torso desnudo) cadencia de tambores durante casi dos horas, los padres que gritan sandeces delante de sus hijas, las madres que secundan a los padres y un cierto olor a algo parecido al orégano. Penal polémico al minuto noventa y la señora mamá del árbitro -según escucho nacida en un lugar llamado Babilonia- es la mujer más vejada de esta parte de Sao Paulo. Pasa el partido pero no la discusión, al día siguiente juega el Palmeiras. Y en otra ciudad, una cierta ciudad carioca, Flamengo versus Fluminense.
También hay una Sao Paulo sofisticada y cosmopolita, la de las mujeres perfectamente bronceadas y de piernas perfectamente largas, la de los autos descapotables paseando por las avenidas en boga, la de los precios inaccesibles, la de los restaurantes japonenses, la de los relojes de lujo, la de los paseadores de unos perros con más pedigrí que sus propios dueños. Sí, claro, como quieran, Sao Paulo es una ciudad de choques y de paradojas -¿pero, al final del día, no lo son todas?- pero pocas partes del mundo viven con ese nivel de turbo, con el pie en el acelerador y casi sin mirar por el retrovisor.