Si bien se trata de una categoría anticuada, buena parte de los que se consideran de “izquierdas” exhiben algunas conductas comunes que los vuelven insoportables.
Los “izquierdosos” viven bien pero se las pasan sufriendo y lloriqueando por desgracias usualmente ajenas. Si no sufren por los pobres, sufren por los oprimidos; si no sufren por la discriminación racial, sufren por la discriminación de género; si no sufren por las especies en extinción, sufren por el calentamiento global. Un extenso etcétera abarca a los múltiples asuntos que los afligen, pruebas inequívocas de que viven en un mundo injusto y cruel donde “escasean el amor y la solidaridad”.
Los “izquierdosos” son incapaces de apreciar los significativos progresos alcanzados por la humanidad, a través de los siglos, en casi todos los aspectos de su existencia, como la reducción masiva de la pobreza o la ampliación de la expectativa de vida. Son tan pesimistas que imaginan un futuro oscuro cargado de mayores penurias. Probablemente cuando el mundo alcance un desarrollo económico que relegue a la historia la mayor parte de los problemas sociales que hoy los atormentan, vivirán preocupados por las duras condiciones en que viven los habitantes de otros planetas.
Los “izquierdosos” también son esquizofrénicos y creen que detrás de todo fenómeno económico o político hay un personaje malvado -usualmente un capitalista- cuyo único objetivo es hacerle la vida miserable al resto de la humanidad. Ven en todos lados a un “Darth Vader” de traje y corbata que actúa desde las sombras, en complicidad con el “imperio”, para apoderarse del mundo entero.
Los “izquierdosos” están llenos de estándares dobles. Al mismo tiempo que critican las restricciones comerciales y embargos que imponen las naciones del Primer Mundo, toleran acciones similares por parte del mayor cartel petrolero del Tercer Mundo. Condenan las restricciones migratorias que impiden a las personas entrar a un país rico, pero no aquellas que impiden a cubanos o norcoreanos escapar de sus países. Defienden ardientemente el derecho de los pueblos a expresar su voluntad a través de las urnas, pero no, por ejemplo, a la hora de decidir a qué país quieren pertenecer los habitantes de las islas Malvinas. Denuncian como injustos los precios de mercado cuando benefician a industriales, banqueros y otros empresarios urbanos, pero no cuando benefician a agricultores y otros productores rurales.
La desazón que exhiben los “izquierdosos” podría deprimir hasta al más estoico interlocutor. Piensan y actúan guiados por el corazón antes que por la mente, lo que les impide analizar objetivamente las realidades económicas y políticas, a la vez que contaminan la discusión de los problemas globales con un insoportable fatalismo.
Los “derechosos” tampoco me agradan, pero ese es tema para una próxima columna.