Los efectos de la marcha indígena de marzo están provocando una interesante y necesaria decantación política en el país. El fortalecimiento de la izquierda –con actores bien definidos, aunque con posiciones aún imprecisas– está trazando un escenario donde las diferencias políticas recuperan los fundamentos ideológicos que se diluyeron en estos cinco años de eclecticismo correísta (tal como lo ratificó el ex vicecanciller Lucas en una reciente entrevista).
Hoy la derecha se ve obligada a marcar distancias con una izquierda que le plantea diferencias de fondo, y no meras desavenencias retóricas. Con este reposicionamiento, el Gobierno y Alianza País quedan encarrilados en ese amplio y ambiguo espacio que, históricamente, siempre le ha correspondido al populismo latinoamericano: fluctuando entre el centro y la derecha en función de intereses coyunturales.
Desde la derecha empresarial, por su parte, la reconstitución de la izquierda es vista como su principal amenaza, porque de por medio hay demandas que requieren de transformaciones profundas. Sobre todo en el tema agrario. La democratización del acceso a recursos que exige la Conaie (agua, tierra, crédito) sí requiere de cambios estructurales.
Es por ello que en las próximas elecciones esta derecha empresarial apostará–tal vez embozadamente– a favor del continuismo.
No solo por el recelo a un eventual triunfo electoral de la izquierda, sino porque el actual Gobierno le ha garantizado condiciones inmejorables para sus intereses. Muestras al canto: la gigantesca inversión pública y la abundante liquidez han ido a parar, en la práctica, a las arcas de las grandes empresas; el camino para un TLC con Europa poco a poco se va desbrozando; la apertura a la inversión transnacional quedó santificada con la explotación minera; la tercerización de los servicios públicos es hoy aplicada con mayor eficiencia y racionalidad; y, para completar el rompecabezas, se cuenta con la acción autoritaria de un Gobierno que no escatima esfuerzos en aplicar medidas de control social para garantizar un ambiente favorable para el capital global. En otras palabras, el paraíso para el capitalismo del siglo XXI.
Es más, esta derecha estaría incluso dispuesta a someterse a ciertas exigencias tributarias con tal de mantener el esquema. A fin de cuentas, con tantas utilidades resulta razonable pagar más impuestos.
Es posible que estos grupos económicos admitan la irrupción electoral de algunas de sus expresiones políticas por cuerda separada.
Desde su perspectiva, no estaría demás asegurarse el control directo e incondicional de ciertas instancias del poder público.
Eso les permitirá jugar y presionar en mejores condiciones.
Todo es válido mientras se aseguren la continuidad del modelo.