‘¡Allá vienen… Ustedes muchachos del Norte traen la lección del heroísmo. En sus pies hay sal de pampa y polvo del desierto y en vuestra piel, impregnados, el cobre y el hierro, el salitre y la plata… Ustedes muchachos del Sur, con sus canciones, han conmovido a las viejas araucarias y a los milenarios alerces, cuyos troncos calcinados parecen al viajero cementerios de héroes antiguos”. Era Eduardo Frei Montalva en el parque Cousiño de Santiago de Chile en 1964 al finalizar su campaña presidencial. Igual convocatoria deben haber tenido otras marchas como la histórica de Mao o la que histriónicamente realizaron Mussolini y sus camisas negras en su trayecto hacia Roma o las fuerzas sindicales y anarquistas que entronizaron a Perón en un solio único de la historia argentina.
Este es el encanto que tiene ese peregrinaje que hoy culmina en Quito. No se trata de un logro inmediato sino de un proceso. No es la expresión de una proclama, sino la convicción que se alcanza al proponerse caminar por una idea en un acto de coherencia entre lo que dice y se hace.
En la coyuntura, se evidencia que en el Gobierno no aprendieron la lección de la consulta popular cuando recordaron al histórico rey Pirro. Persisten en la gobeliana estrategia de la repetición de eslóganes basados en resultados que la oposición no reivindicó (El no + blancos + nulos fueron más), así como tampoco denunció los potajes que el Guayaquil político brindó en las parroquias Febres Cordero, Ximena y Tarqui en un obvio acto colusorio.
Valorar la trascendencia de la movilización de estos ‘Idus de Marzo’ en el Ecuador es difícil. Debe preocupar, eso sí, que al Gobierno o sus publicistas se los ocurra un paralelismo con lo que le sucedió a Julio César.
Para la izquierda la marcha es una confusión entre adhesiones y conciencias que sucumbieron, no a la represión, sino ante una nueva vida; por eso, no se deben olvidar importantes mutaciones. Eudocio Ravines en el Perú es el ejemplo más clásico, así como el triunfo presidencial de González Videla en Chile con el apoyo de la izquierda y cuyo gobierno condenó al Partido Comunista, obligando a Pablo Neruda y a otros a huir por los senderos cordilleranos del sur.
En el caso ecuatoriano no se dan excepciones. El Partido Socialista, salvo emblemáticas figuras ligadas a la academia, la literatura y el arte, en algunas ocasiones se convirtió en una elegante cachinería. Más a la izquierda, se recuerda la talla de Pedro Saad Nayahin, inclaudicable secretario general del Partido Comunista, si se lo compara con algunos miembros del pasado Tribunal Supremo Electoral que realizaron toda clase de tropelías para enraizar el autoritarismo constitucional que hoy soportamos. Estos últimos fueron evangélicos, pero solo en el capítulo que protagonizó el apóstol monetario. Por el contrario, el caminar no es contradictorio; siempre sigue adelante.