En toda revolución hay un momento crítico en que la corriente se vuelve en contra de un régimen. Según la Revista The Economist, este momento crítico se produjo en Egipto el 28 de enero del 2011 cuando los sublevados ocuparon la plaza de Tahrir. En Libia fue el 20 de agosto de 2011 cuando la población de Trípoli se levantó en contra de Gadafi. Y en Siria ocurrió el pasado 18 de julio cuando una bomba dejó sin vida a Assef Shawkat y varios jefes de la cúpula militar.
Shawkat, cuñado del presidente Bashar al Asad, fue uno de los ‘cerebros’ del régimen. Jefe de Inteligencia y viceministro de Defensa fue el artífice de las relaciones con Rusia, Irán y grupos extremistas como Hezbollá y Hamas, pero también del combate contra grupos de oposición y de las matanzas sistemáticas a civiles. Por ello su muerte ha significado un duro golpe para el régimen.
A esto se suma la reciente deserción del primer ministro, Riad Hiyab. Según información difundida por el canal catarí Al Yazira, Hiyab huyó de Siria con la ayuda del Ejército Libre Sirio (ELS), acompañado del general Ahmed Sarmini. “Anuncio mi deserción del Régimen del terrorismo de Bashar al Asad y me uno a las filas de la libertad y la dignidad. A partir de hoy formo parte de los ejércitos de la revolución”, afirmó.
Tras 17 meses de movilizaciones, la muerte de Assef Shawkat y la deserción de su primer ministro Riad Hiyab deja sensiblemente debilitado al Régimen. Pese al control que han tomado en las últimas horas de la capital Damasco, nada asegura que el gobierno de Al Asad pueda mantenerse en el poder.
A medida que pasa el tiempo se hace cada vez más difícil para Rusia y China sostener el apoyo a un Gobierno que aniquila a civiles y ha amenazado con el uso de armas químicas. Son ya más de 20 000 muertos que ha causado el uso sistemático y desproporcionado de la fuerza.
Esto ha llevado a que el actual Régimen pierda prácticamente toda legitimidad. Las diferencias étnicas y el hecho de que este país esté divido en ‘alawitas’ y ‘sunitas’ sirvió para que Al Asad tenga un cierto nivel de apoyo. De los 24 millones de habitantes, el 12% de alawitas apoyaban al presidente frente al 74% de sunitas que manifestaron siempre estar en contra.
Pese a que el gobierno de Al Asad tarde o temprano caerá, existen grandes expectativas por lo que pueda suceder en Siria. Está en juego no solo un asunto étnico sino la estabilidad de Oriente Medio. Hay muchos intereses en disputa: recursos naturales como el petróleo, la emergencia de grupos radicales islamistas, el dominio y control geopolítico de los países de la región y sus aliados externos. Lo que pase con Al Asad va a afectar a ese débil equilibrio de poder en Oriente Medio y el mundo.